domingo, 7 de julio de 2024

Regreso al pasado


Dedicado a los venezolanos que asumen la lucha diaria

 de sobrevivir en un Estado fallido,

 poniendo su mejor cara ante las adversidades.


Doy más vueltas que un trompo para escribir esta crónica a 10 días de mi regreso de Venezuela. Pienso en qué escribir y qué no. Dudo. Escribo, borro y vuelvo a dudar. Las redes sociales han vuelto más delgada mi piel, ya de por sí enjuta; aunque lo que realmente me hace cavilar es cruzar la difusa línea entre decir lo que sentí, sin ofender a quienes viven allá.

Es muy difícil.

Sobre todo, volver casi ocho años después de salir en unas vacaciones que terminaron en migración. Desde entonces vivo en Chile y en ocho años nos han pasado muchas cosas, hasta una pandemia.

***

El primer golpe fue en el aeropuerto. El mismo de hace 53 años… Lo único “nuevo” son las banderitas de cartelera escolar, que no faltan en los espacios gestionados por el régimen.

Dice Google que el aeropuerto de Maiquetía dejó de ser, en el 2000, el más importante del norte del sur, dada la caída de su tráfico aéreo. Nada nuevo, en Venezuela, donde casi todas las  caídas tienen varias décadas. Y esa caída de vuelos la capitalizó Panamá hace rato: “el hub de las Américas” es su slogan y lo vi varias veces en mi corta escala de Santiago a Caracas.

Mientras hacía el recorrido desde la puerta del avión a las casetas de migración una pinza me apretaba el estómago. Aunque desde la cola solo veía tres aviones, una funcionaria se quejaba por el exceso de trabajo. La pizarra cuenta un vuelo de Panamá, uno de Bogotá y otro de Lima. Sería todo. Sin embargo, la cola avanza leeento mientras la pinza, aferrada a mi estómago, aprieta más.

Al llegar a la taquilla el funcionario me preguntó:

- ¿Hace cuánto que no vienes?

- Ocho años.

- Ajá, ¿dónde te vas a quedar?

Di la dirección de mis últimos 30 años de vida en Caracas y salí volando de ahí. Uniformes e insignias rojas me quitan el aire.

La alegría vino en forma de amiga del alma buscándome en Maiquetía, que, dado el costo de la gasolina y el estado del parque automotor en Venezuela es más que un regalo, ¡es un Niño Jesús en junio!, una hallaca en agosto, un aguacate de injerto.

A las risas y abrazos por el reencuentro le sucedieron las imágenes de la autopista: los cerros verdes; los ranchos de siempre arrumados a los nuevos; las nubes gordas y blancas; esas que vi en Concepción hace un par de meses y me hicieron caer en cuenta de que en Santiago las nubes son largas y esbeltas. Cosas de la humedad, o la ausencia de ella en mi nueva casa, al pie de la cordillera andina.


Los kilómetros que separan el aeropuerto de casa de otra de mis grandes amigas me devolvieron el cerro. Ese Ávila que fotografié sin cansancio y que, si se gastara de tanto verlo, bueno, estaría medio borroso. Pero no, permanece incólume al desgaste de la ciudad. Todo el entorno esplende verdes, cada árbol brilla en HD, con esa luz caraqueña que no requiere filtro, compensando tantos años de abandono urbano.

El territorio es la salvación de Caracas, su joya más preciada, su musa y a la vez su cuore.

Me impactó la cantidad de vallas en la autopista. Aunque eso no es peor que las palmeras doradas. ¡Qué sinsentido! En una ciudad plena de naturaleza sembraron palmeras falsas.

Volteo rauda. Cero atención a las atrocidades.

Saliendo del túnel de La Trinidad se asoma el letrero de Ciudad satélite que es pura nostalgia, testigo de la época en que el terremoto nos echó a mi familia a mí de los devastados Palos Grandes hasta la gran promesa de bienestar en los años sesenta.

Me detengo a ver los cerros del sureste donde estuvo mi casa desde que la tierra tembló. Son ellos los que me cobijaron los dos días que estuve en Caracas y mis amigos, por supuesto. La generosidad del alojamiento comienza con vista a esos cerros, las aves trinan y, otra vez, las nubes gordas. Nada impide ese disfrute, gracias a que el atinado diseño despejó la vista por completo.

Una corta visita a varios comercios me da pistas sobre el manoseado refrán de “Venezuela se arregló”. Los estantes están repletos. Ya no hay rastros de aquel desolador paisaje de automercados y farmacias vacíos o con el mismo producto repetido a la ene, pero los precios, ¡ah! eso es otra cosa. Una compra mínima cuesta lo que gana en un mes un profesor universitario. Como dato duro el salario mínimo en Venezuela es de 3 $, en Chile es de 680 $ y vi varias cosas más caras en Caracas que en Santiago.

En la caja entendí que se paga en dólares, pero el vuelto te lo dan en bolívares y en dos conos monetarios distintos. No entraré a enumerar la cantidad de ceros que perdió nuestra moneda para no quedarme corta ni entrar en cólera, pero circulan billetes de 1.000.000 de bolívares que, valen uno. O sea.

De La Trinidad volví a Los Palos Grandes, a esos edificios modernos que han envejecido tan bien y al reencuentro con muchas de mis amigas más queridas. Y a la Plaza del mismo nombre, uno de los pocos espacios públicos inaugurados en los últimos 20 años. Una obra municipal, hay que decirlo.


Más tarde Sonia me regaló una corta visita a “La Capilla Sixtina de Caracas”. Término que acuñó mi querida amiga y periodista, Faitha Nahmens, para referirse al espacio central del Cubo negro. Ese que alberga un gran móvil de Jesús Soto, cuyos méritos lo ubican en el segundo lugar de integración Arte y Arquitectura. ¿Qué cuál es el primero? ¡El Aula magna, de mi UCV, por supuesto!

Bajo la lluvia de Soto conocí una magnífica tienda de lentes divertidos, cuyos muebles, me honra decir, construyó WoW Taller de diseño, con gran calidad y extraordinario cuidado en los detalles. También disfruté de una exposición de platos. Pero no de cualquier plato, sino de 400, sí, 400 platos firmados por igual número de personajes destacados de todos los ámbitos: artístico, político, literario y deportivo que visitaron la casa de la ceramista María Luisa Tovar, quien se dio a la lúdica tarea de armar una colección que hoy cuenta lo que fuimos como ciudad, como país, como destino.




La visita a los Secaderos de La Trinidad me confirmó que ese espacio cultural sigue firme, creciendo y dando espacio a lo mejor del arte venezolano.

Lo mismo que el TrasnochoCultural. Luminaria que brilla en el oscuro y casi vacío Paseo Las Mercedes, donde me alegré con la gran expo de Bernardo Mazzei, maestro de las sillas tradicionales convertidas en piezas contemporáneas y el rincón donde vive -a plenitud- el Diseño venezolano: 7 al Cubo. Y de nuevo el inmenso cariño de mis grandes amigos, acompañada del olor envolvente de nuestro Kakao.

La gran sorpresa en el Paseo fue Reset Gallery, un espacio magnífico con excelente diseño y curaduría. Otra gran apuesta local al arte venezolano.

No tengo más detalles de Caracas. Lo que vi fueron chispazos, como si llevara una venda que solo me quitaba a raticos para permitirme abrir los ojos.

Así lo viví y lo atesoro: un viaje de abrazos, de confirmar que la amistad no pasa factura de ausencias, sino que se reinicia donde la dejamos. Aunque la última conversa presencial fuera hace 8 años, los hielos del trago siguen dando vueltas con la inercia del dedo aún húmedo.

Estoy muy agradecida por el cariño y no sé por qué recibo tanto.

Gracias por las empanaditas de queso, la torta de zanahoria, por las delicias preparadas con esmero para compartir apurando 8 años de cuentos en pocas horas; exprimiendo el tiempo entre las lomas, los cerros y las colinas de Caracas antes de partir a Maracay: la verdadera razón de mi viaje, el reencuentro con mi papá y mis hermanos, tras un difícil trance de salud de él.

Gracias a las risas de los únicos cuñados y la única sobrina que tengo en Caracas y que siguen siendo mi familia, 26 años después del divorcio.

Ayayay, Maracay

Añoro el silencio.

No hay donde guarecerse del estruendo musical.

Un carro estacionado frente a la plaza La Soledad pasa varias horas torturándonos con su reguetón puyúo.

La cola en el abastecido Farmatodo se hace a ritmo de salsa intravenosa.

En la frutería mangos y aguacates bailan merengue junto al peso.

Mientras almuerzo en un restaurante del medio oriente descubro que hay algo peor que una televisión a todo volumen: una televisión a todo volumen con un partido de fútbol narrado en árabe. Por si acaso, no tengo nada contra ese idioma sino contra el exceso de volumen.

Yo defiendo mi derecho al silencio.

Maracay está desvencijada, mustia; menos la naturaleza que no sigue las leyes del abandono, sino que se desborda en exuberancias. Otra vez el territorio como salvación. A veces los mangos se estrellan contra la acera rota y sus carnes expuestas al sol llenan el espacio de un olor dulce y familiar.

Lo que siempre encuentro es amabilidad y mi acento por todos lados. Lo de “mi acento por todos lados” me lo hizo notar un chileno. Cada vez que entro a la farmacia, a la panadería o al abasto la bienvenida es una sonrisa, un gesto amable y eso conforta los difíciles momentos.

El reencuentro familiar es agridulce. Muchos años sin vernos y vernos así, -cuando quien nos une a todos, que es mi papá, no está bien- es muy doloroso. Pero entre medicamentos, recetas y farmacias nuestro verbo fluye, suena el piano de La Nena -madre de mis hermanos y amigastra mía- y nuestro amor se fortalece.

Varios días después mis hermanos y yo hicimos un tiempito para caminar por Las Delicias y vimos la Cordillera de la costa en todo su esplendor. ¡Qué sensualidad, dios mío! Qué cadencia la de esos verdes, todos cayendo en orden y concierto, y a la vez haciendo lo que les da la gana con las curvas, las cimas, las lomas abriéndose  para conformar los valles. Los edificios se nos atraviesan, pero nos inclinamos para hacerle la debida reverencia a la Cordillera.

Al día siguiente estreno Ridery, una App venezolana que sustituye a Uber. Llegan puntuales, atentos, con precio internacional y carro añejo. El cinturón de seguridad no sirve. Cuando quiero usarlo el chofer me dice, aquí no hace falta. Trago grueso. Pero varios días después, cuando pedí uno para volver a Maiquetía llegó un auto impecable. Le pregunto al chofer de qué año era y respondió: de 2023 y es de fabricación iraní. Yo de carros no sé nada, pero claramente hay varios círculos automotores, como con los billetes.

Una diligencia médica me llevó detrás de la Maestranza César Girón, para constatar que en la infinita lista de edificios valiosos a recuperar, rehabilitar y restaurar en Venezuela está el Coso de Carlos Raúl Villanueva y Luis Malaussena, dos arquitectos destacadísimos del siglo XX venezolano. Ojalá se convierta en un gran Centro Cultural, que honre este hermoso edificio construido hace 90 años. El uso taurino ya cumplió su ciclo. Deseo que la desidia también.


La generosidad de una vecina nos llevó hasta el Hotel Maracay. Nuevamente Malaussena y su genio arquitectónico, pero esta vez en clave moderna. Truena el verde sobre las limpias fachadas, se multiplica en la piscina, invade los campos de golf y unos pocos turistas ocupan a los amables anfitriones. Nos llevan a ver el mural del Cacique Maracay, apolíneo y musculoso, como todos los héroes de Pedro Centeno Vallenilla. Sigue intacto en su fuerza expresiva, salvo porque el salón que domina está vacío.

El que no ha corrido la misma suerte -me refiero al rescate luego del abandono- es el Teatro del hotel. La maleza devora su fachada e, imagino, que platea y patio también, aunque no entramos.




Donde si fuimos, caminamos y volvimos con la mandíbula a ras del suelo fue a la Estación biológica de Rancho Grande. La visita, gestionada ante INPARQUES nos asignó un guía maravilloso. De esas personas cuya mística y espíritu de amor por lo que hacen se sale por los poros. Don José es tranquilo, sereno; ha pasado tanto tiempo en la naturaleza que asumió sus tempos y cadencias. Más que hablar musita y su verbo honra la tarea que ejerce desde hace más de treinta años.

La estancia en Rancho grande abre la mente a la infinita posibilidad de creaciones artísticas -no invasivas- que podrían hacerse ahí: fotografía, cine, videoarte, performances, instalaciones… por el momento se hacen visitas muy acotadas y algunas jornadas de formación a maestros. Aunque al edificio se lo está devorando la selva, su robusta estructura muestra lo que quiso ser: un hotel faraónico, ajeno al clima, al entorno, implantado bajo las órdenes de otro mandamás venezolano, el general Gómez.

Muerto el militar abandonaron la estructura y hoy es lo que ven. Un espacio distópico. Una ensoñación.

Afortunadamente la UCV mantiene allí una estación de estudios biológicos y ambientales e INPARQUES fomenta recorridos para admirar los “niños”, unos árboles gigantes que estudió Andie Field y a cuyos pies dejó la vida. En la entrada hay una hermosa escultura de Henri Pittier, botánico e investigador suizo a quien Venezuela debe tanto y cuyo gran Parque Nacional lleva su nombre.

Salí de Rancho Grande como de tantos otros lugares en Venezuela: todo por hacer.

***

No recuerdo haber reescrito un texto tantas veces en mi vida. La pinza de Maiquetía ya no está, pero persiste la que acicatea mi corazón cuando quiero escribir sin lastimar a los que están allá, con los sentimientos, legítimos, de mi estar afuera.

Lo han logrado.

De todas las perversas tareas realizadas durante más de 25 años queda ésta, la de la culpa, que no precisa de un uniforme, basta su sombra.

Pero no quiero cerrar así un viaje a la amistad, al amor, a la familia, un viaje a la ciudad en la que nací, crecí y hasta me multipliqué en hija única. No les voy a dar ese gusto.

Gracias Caracas, gracias Maracay, gracias familia, gracias amigos.

Gracias.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Santiago


 Es tan guapo Santiago centro

Aún con la luz de frente.

Los muros gritando rayas.

Las sombras mandando,

y eso que no está -aquí- el violinista sobre el asfalto.

Que, mientras tanto, entonaba:

Nessun dorma.

martes, 18 de octubre de 2022

Distopía

Un mall vacío es un espacio distópico.

Cuando bajan las cortinas y los saldos deben esperar al día siguiente todo se vuelve un sin sentido.

Los maniquíes se aburren. Ya no tienen que esforzarse en parecer inmóviles porque nadie los mira.

Nuestros pasos resuenan en un silencio ajeno al templo del estruendo y cae el pulso acelerado de tendencias.

Aquellos aromas creados, a imagen y semejanza de cada tienda, quedan suspendidos en el aire. Y un vaho inofensivo se cuela libre de tumultos, de apuros, de: ¡Yo lo vi primero!

No hay prisa.

Las escaleras detienen su infinita rutina mecánica hasta que -mañana- suba el telón y la rueda de la fortuna diga: ▶️ PLAY.

viernes, 5 de agosto de 2022

Arte urbano

La escultura Espiral, del artista Osvaldo Peña, resulta perfecta para ilustrar la "curva" en la búsqueda de #eltesoro2022

Esta imagen fue hecha en plena hora dorada la obra que, en realidad es amarilla, tomó la tonalidad del oro. Yo diría incluso que hasta la pátina.

La luz y su magia.

Es sugerente este hombre que asciende hacia las alturas en el laberinto de su vida...

El arte y sus mensajes.

viernes, 29 de julio de 2022

Patrimonio

 

Una micro amarilla circula frente al edificio del Tribunal de Justicia, invitando a los peatones a subirse y recorrer Santiago centro.


• Nostalgia

Lo que no ven -porque la tapan las vallas antimotines- es la enorme cola, que daba la vuelta a la manzana, para acceder a la visita a la sede de la Cámara de Diputados.

• Interés.

Esta fue solo una de las muchas actividades programadas para celebrar el Día del Patrimonio, que en 2022 se llama de Los Patrimonios y se desarrolló en dos jornadas.

• Educación.

Comparto también aquí fotografías del Palacio del Tribunal Constitucional, donde fuimos guiados por varios de los ministros que laboran allí.

• Sentido de pertenecía.

En la última imagen ven una parte de la cola para acceder al edificio de la Bolsa de Santiago.

• Identificación con el patrimonio arquitectónico.

Después de dos años sin actividades presenciales mucha gente se sumó a los recorridos de visita a edificios patrimoniales. Varios de los recorridos programados superaron con creces la demanda de cupos.

• Curiosidad.

Me alegro por la gran afluencia de público y entonces me pregunto: ¿por qué el silencio ensordecedor ante las constantes agresiones a la arquitectura y la ciudad?

• ¿Qué crees tú?

 

martes, 24 de mayo de 2022

Domingo

Cuando ella subió a la micro estaba llena. 

Por eso titubeó antes de darle al chofer el durazno que había llevado para el almuerzo. 

Él lo tomó sorprendido, le agradeció con un gesto casi imperceptible y se lo llevó a la boca de inmediato.

Fueron varias semanas de horarios y rutas cambiadas. Quién sabe cuántas barricadas sorteó, cuántas lacrimógenas enrarecieron su aire, pero le puso empeño a seguir transportando gente. 

Hoy de nuevo es lunes, sin embargo, el primer mordisco le supo a domingo, su día de descanso.


(Cuento escrito para el concurso Santiago en 100 palabras del año 2019).

Buenos Aires ¿post? Covid

De los viajes borraría los aeropuertos, las colas infinitas, las planillas que el Covid ha estirado, como si la distancia entre las personas implicara -también- una distancia con las letras y el papel.

Aunque esa debe ser la penitencia actual por "vivir otras vidas, probar otros nombres", porque viajar es habitar el espacio de otros, ser otro mientras sigues siendo tú y eso es más difícil en pandemia. 

De vuelta en Santiago de Chile -mi casa desde hace cinco años- y cumplida la mortificación del PCR, me dispongo a compartir esta crónica de Baires.

De Buenos Aires decir que está hermosa y limpia y llena de edificios de otras épocas que parecen de esta por lo cuidados y pulcros. Pocas rayas o casi ninguna sobre la piel de la ciudad, que es la arquitectura. 

Lo disfruto y lo valoro.

Viendo las paredes porteñas libres de insultos, gritos, huellas de humo y fuego recuerdo con tristeza las del centro de Santiago tan maltratadas aún hoy, a dos años y medio del llamado estallido social. Pero esa es otra historia… No me iré por las ramas de la capital chilena, porque vine a hablar de la ciudad que Gustavo Cerati apellidó de la furia y cuyo mote adoptó mi natal Caracas con resignación.

Sigo.

El verde pues en su apogeo de verano. Canta el follaje con el rumor de un coro que las hojas entonan cuando las mece la brisa porteña. 

El Río de la Plata se siente más en la piel que en los ojos, habituados están sus moradores a darle la espalda, aunque Puerto Madero tenga 30 años creciendo y abrazándolo desde su revitalización. Para fortuna de propios y extraños siguen en aumento las terrazas, bares y restaurantes a pie del río, se alzan rascacielos en búsqueda de nuevos récords, donde Calatrava -enfant terrible de la arquitectura del espectáculo- legó un puente con nombre de mujer y alma de amor eterno, adonde han ido a parar los cultores de cintas y candados.

Al otro lado del río no hay semáforo que te deje cruzar, 

de una vereda a otra, sin perder el aliento. Libertador o 9 

de julio te verán correr, mientras miras su perfil urbano, 

pleno de cúpulas y cópulas entre edificios de diversos 

estilos a escala monumental. 

Es verano, el virus y las vacaciones han vaciado las calles, pero siguen plenos sus cafés. ¿Habrá otra ciudad con tantos cafés per cápita? Todos parecen detenidos en el tiempo. ¿Qué tiempo?, me pregunto; ¿el esplendor decimonónico o el glamour de los años veinte? 

¡Da igual! 

En todo caso los porteños tienen un catálogo infinito de lugares para reunirse, conversar y contarse milongas mientras transan cafés y milanesas a un ritmo bárbaro.

Los autobuses cruzan esquinas a precios bajísimos de alta eficiencia y, cada vez que me subo a uno de ellos, pienso que estoy en un Mambo taxi talla XL. No escatiman los choferes en acompañar su travesía urbana con luces coloridas, iluminando el interior donde se agolpan pasajeros tras mascarillas, porque seguimos en la pandemia eterna, aunque la “nueva normalidad” me haya permitido cruzar la cordillera. 

Pero en la calle los "barbijos" van de pulseras, coderas y collares. Dejó de ser obligatorio en Baires tapar nariz y boca mientras transitas vereda y calzada. Eso sí, vuelve a ocultar tu sonrisa cuando traspases el umbral de locales y transporte público.

Esta puede ser una postal porteña de la era ¿post? Covid.

Mientras, en cada esquina huele a pan, a medialuna saliendo humeante del horno junto a facturas, alfajores, vigilantes y un sin fin de productos de nombres divertidos y alma de cereal dulce. Si cada ciudad tiene un olor el de Baires es trigo caliente que te lleva prendido por la nariz, como en aquellas comiquitas donde el aroma era una espiral sinuosa arrastrando a todos tras el origen.

Lo amargo es la pobreza de tantas manos extendidas, los negocios cerrados; vil ecuación de pandemia + devaluación + inflación de fines de 2021 y comienzos del 2022.

"Corrientes tres cuatro ocho

segundo piso ascensor

No hay porteros ni vecinos

adentro coctel y amor..."

Y todo a media luz... A media luz los versos, las calles, los teatros y las tiendas... Porque el Covid ha hecho estragos que ni el tango más desgarrado pudiera. 

Aturde el silencio vespertino de turistas y mercaderes. No ha vuelto el tintineo nocturno de bares y milongas tras casi dos años de mascarillas. Aunque perdura la arquitectura de marquesinas, grandes letreros y pocas luces que -ojalá- pronto vuelvan a encenderse, porque el cine se mudó a Netflix, sin ticket, pochoclos, cotufas ni besos furtivos y el teatro se congeló desde el último ¡Bravo!

¿Quién sube el telón de una pantalla, aplaude en pijamas y vitorea cuando se enciende la luz de la nevera?

Pero si Corrientes y Florida no tienen el barullo de otros tiempos, por fortuna en las librerías persiste el aroma inconfundible del papel y el leve murmullo de las voces. 

Llegando al Ateneo Grand Splendid las loas se acentúan porque, de teatro de voces, pasó a escenario de letras; que alza el telón a lectores, periodistas, escritores y poetas. Un gran teatro sí, pero en el escenario en vez de tramoya hay un café. Es decir, se funden dos caricias olfativas mientras los ojos se van tras las portadas.

Es fácil imaginar que en aquellas butacas están Borges y Caparrós. Más allá Cortázar y Bergareche. No importa que varios años los separen.

Además, puedes alzar la vista y detenerte en la cúpula pintada por Nazareno Orlandi, con la que homenajeó el fin de la Primera Guerra Mundial, ahora que estamos ad portas de la Tercera.

¿Era el Covid una guerra o esta es otra?

No se salvan la literatura ni la crónica del bicho este que no nos abandona, sino que cambia de nombre con frecuencia. No alcanza el alfabeto griego para citar sus consecuencias. Varios libros hablan del tema. La peste del nuevo milenio contagió a la literatura, no solo a las noticias.

Volver a Baires incluye, necesariamente, un boleto a esta platea para ojearla desde distintos puntos. Todos con excelente visual y apuntando directo a quien tenga corazón de papel.

Hubo un día de tregua en el intenso verano porteño, una persistente llovizna refrescó el ambiente que me acompañó a Recoleta. La blanca fachada de Nuestra Señora del Pilar se confunde con el cielo, creando un cuadro blanco sobre blanco. Erigida a finales del siglo XVIII tiene hoy a sus fieles de rodillas recortados sobre un fondo de azulejos. Afuera las flores dicen que la lluvia amaina. Pero heme aquí, oliendo la humedad de una garúa… Yo que nací en una ciudad de chaparrones ahora vivo en Santiago, donde la lluvia escasea. 

Y la extraño. 

Nos visita, si acaso, dos o tres veces al año. Así que aspiro. Abro el pecho y las fosas libres a la conocida humedad que alguna vez viví en mi trópico.

“Toca con los ojos y mira con las manos” era la consigna de mi mamá cuando salíamos de tiendas. Sigue siendo así en lugares como el tradicional Mercado de San Telmo porque si no, sus reliquias analógicas estarían aboyadas.

Entre tanta mercadería añeja saltan a mi vista unos teléfonos. De esos con corazón perforado en un gran círculo. No me hizo falta tocarlos para admirar su colorido, pero mentiría si te digo que no me quedé con las ganas de girar aquella rueda cuyo sonido evocó momentos de mi infancia.

Cuánto han cambiado las telecomunicaciones desde que Don Bell nos regaló el asombro de escucharnos a través del hilo telefónico. Ahora el hilo es una red infinita que nos imanta, hasta volvernos adictos, sea en Twitter, Instagram o Facebook.

En San Telmo no hay distancia social. La gente se tropieza en angostos pasillos donde un mal paso puede desencadenar un aluvión de objetos. Hay fotos en blanco y negro, cristales para ver la vida de otros tonos, discos de vinilo y posters del morocho que cantaba hasta que un avión se lo llevó al cielo de donde vino, dejando a sus fans viudas de un marido al que nunca tocaron.

El sound track de San Telmo es vario pinto. La música de los locales se confunde con el tintineo de copas y cubiertos. Desde la calle se cuela un estruendo de juglares urbanos, más las risas de quienes los celebran. Una gota resbala desde mi cuello al íntimo espacio entre mis pechos, mientras, apuro una cerveza. No hay mejor conjuro para este calor de alta sensación térmica.

Caminar es un ejercicio que encuentra en Palermo un territorio inagotable de belleza. Solo hay que dejarse llevar y ejercer a plenitud el oficio de flanear, de salir sin rumbo alguno y abandonarse a lo imprevisto. A la vera hay un collar de esmeraldas compuesto por el Jardín botánico, el Ecoparque y el Jardín japonés. No hay conflicto al transitar entre las plazas Holanda, Alemania y Egipto. De pronto, surge entre el verde una nave que se posa junto el lago… Es el Planetario Galileo Galilei para recordarnos que la arquitectura moderna dejó aquí, hace más de 50 años, un espacio donde ver las estrellas sin despegarse del suelo.


Y hacia el río está La Boca, la boca que besa, que clama a sus ídolos en la Bombonera, donde gritan ¡gol! el año entero, desde sus casas coloridas de corazón hinchado y piel rugosa, como el balón que las gobierna. 

Buenos Aires ciudad de vinos y carne asada. Ciudad de la furia, de obelisco y Plaza de mayo, ciudad de bigote bicolor cantada, vitoreada y querida. Ciudad de pobres corazones que se han bancado esta y muchas crisis. ¿Vendrán otras?




VIÑA DEL MAR

VIÑA DEL MAR

Cuando vi saltar las olas sobre la balaustrada del malecón bañando el asfalto  pensé: El Pacífico como que no lo es tanto. Tiene su car...