Mitchele Vidal | @imagenesurbanas

domingo, 15 de septiembre de 2019

San Pedro de Atacama


Soy un animal urbano. Por eso muy pocas veces elijo destinos naturales cuando voy de viaje, pero Chile es un país de hermosos paisajes, así que decidí ir al desierto de Atacama; un destino reconocido nacional e internacionalmente como uno de los más atractivos de este lado del mundo.

                               ¡Y fue una decisión que agradezco profundamente!

Si tuviera que encontrar una palabra para describir esa sucesión de parajes en 100.000 m2  vendrían muchas antes de decidirme, si es que me decido: atómico, increíble, espectacular, sublime, sobrecogedor, impresionante, grandioso, impactante, maravilloso... ¡Todas le calzan!

Las llaves del desierto de Atacama también las tiene San Pedro

Comenzaré esta crónica por el centro de San Pedro de Atacama, un casco mínimo donde calles y casas son del color de la tierra y, aunque están pobladas de turistas de muchas partes del mundo, tiene una calidez y una impronta únicas. Sobre sus pequeñas fachadas penden letreros invitando a los visitantes a apuntarse en paseos imperdibles o a ver las estrellas brillar sobre su firmamento negro y aterciopelado.

Pequeños restaurantes con músicos trashumantes, que van de una esquina a otra ofreciendo sus letras musicales acompañando el aperitivo o la comida. Un pueblo donde la segunda lengua es el "brasilero" o debería decir el "portuñol"; tal es la presencia de nuestros vecinos del gigante suramericano, que van a beberse el desierto y asienten calladitos -como si entendieran todo- cuando los guías les lanzan una perorata en español salpicado de alguna palabra en esa lengua hermana y musical que es el portugués de Sudamérica. 

                      Porque claro, la naturaleza se admira en cualquier idioma.

Tiene San Pedro una iglesia hermosa, de muros de tierra y techo de madera recién restaurado que puede enmarcarse en la pequeña galería de arcos de la Municipalidad. Allí, en la plaza está todo el verde de esa zona árida, desparramado sobre árboles generosos en sombra; en un sitio donde la sombra es un deseo constante. Está también la "zona wi fi", así que turistas y visitantes se contactan con el resto del mundo desde sus pantallas móviles, junto a perros atacameños y artesanos globales.

Todos los caminos parten de San Pedro

Desde el ombligo del desierto se abren los caminos a salares, montañas, lagunas, volcanes y parajes terrestres que parecen lunares, no manchas de la piel sino tierras tan lejanas como nuestro amado satélite y el enigmático Marte.

Sobre el cómo ir el menú es amplio. Hay quienes prefieren alquilar un vehículo y lanzarse a descubrir  los distintos lugares GPS en mano. Otros como yo, menos aptos para el manejo en parajes desconocidos, optan por paseos guiados en micro buses. A los que detestan los tours les tengo  buenas noticias: no son grandes los grupos conformados; los paseos contemplan momentos  para tomar fotos o caminar y, lo mejor de todo: los guías son conocedores profundos de la zona y sus bellezas. Sus cuitas van mucho más allá de datos informativos que todos podemos encontrar en Internet y abarcan conocimientos geográficos, geológicos, de biología, vegetación y fauna -pero sobre todo- son gente convencida de que su trabajo es un aporte y le ponen tantas ganas a contar historias como a preparar un rico desayuno para sus huéspedes.


Mientras nosotros nos dedicábamos a fotear el desierto, Pablo preparaba un revoltillo de huevos, convertía unas paltas (aguacate) en crema para untar y disponía galletas dulces y marraquetas (un pan típico chileno), sobre una vajilla empacada desde San Pedro. CERO material desechable. Lo único que botamos al terminar de comer fueron las servilletas de papel. Cubiertos, platos y botellas regresaron para ser lavados o reciclados en su lugar de origen.

Y para terminar con los medios de transporte en Atacama les diré que los que estén en forma pueden lanzarse sobre dos ruedas y alquilarlas allá. Eso sí, es vital que lleven agua y protejan cara y cuerpo porque el sol por esos lares no es juego, sino intensidad pura y dura que cuando no quema abraza.


El valle de la Luna

Uno de los sitios emblemáticos del desierto chileno es este valle que le hace honor a su nombre. La verdad, es que caminando por ahí puedes abstraerte y pensar que estás en otro mundo. A cada paso sentía que, en cualquier momento, aparecerían "Arturito" o C-3PO. 

El catálogo de sepias y grises luce infinito. La vista se asombra ante la armonía natural de un lugar donde solo parecen vivir las piedras. No hay fauna, flora. Ni siquiera bichos... todo es tierra besada por sal y cielo, un cielo interminable y un paisaje onírico. 

Mucha brisa, quietud y un espacio en este mundo que que parece de otro.


El campo geotérmico

Esta zona es del más allá. El tercer campo donde los geisers son los dueños de agua, aire y tierra es tan atractivo como peligroso. Así nos lo hizo saber Henry, un guía de humor caústico y verbo informado sobre las maravillas de este territorio y los peligros que corren quienes no respetan los senderos que, en este caso, están señalados con piedras pintadas de rojo. 

A más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, la temperatura era de -10°C, [se lee MENOS DIEZ ] con una sensación térmica de -15°C... O sea, dedos de manos y pies congelados y ojos atentos al contraste de esas aguas en ebullición, que se congelan en el aire junto con nuestra respiración. Gotas convertidas en hielo suspendidas en el aire durante segundos, antes de volver a caer a disolverse en agua hirviendo.

El salar 

Al salar llegamos por un sendero cuidadosamente trazado por piedras. Desde allí, se observan las cordilleras de Los Andes y Domeyko emergiendo sobre un territorio plano y seco que, sin embargo, alberga las lagunas donde habitan los flamencos. Una delicia ver estas aves -monógamas y gráciles- moverse incesantemente sobre sus larguísimas patas, para buscar su alimento escondido bajo aguas azules y saladas. A veces, y dependiendo de la hora y la luz, no es fácil distinguir entre el cielo y el agua. Azules líquidos dominan el paisaje.

En este sitio haré un inciso para ponerme de pie y aplaudir la buena gestión de entes gubernamentales y privados en estos llamados "Santuarios naturales". Allí nada sobra. La señalización es la indispensable y está tan bien ubicada que no perturba el paisaje. No hay estridencias ni auditivas ni visuales; los servicios, estacionamientos, información y señales están dispuestos con un profundo respeto con el entorno.        ¡Bravo!



En Toconao SÍ se recicla

"Lugar de piedras", es el nombre en lengua indígena de esta población que no alcanza los 1.000 habitantes pero nos da una lección de civilidad y respeto que ya quisieran muchas ciudades. 

En Toconao se han ocupado de reutilizar todas las botellas plásticas que llegan ahí. Las llenan de arena y las disponen en círculos en los jardines de su plaza.  Una plaza cuyo principal atractivo es el campanario de una iglesia muy pequeñita, tanto que está a un costado del campanario, en segundo plano diría yo. Junto a ellos se disponen casas y talleres de artesanos de la zona. Si tienes suerte -y nosotros la tuvimos- tu guía te llevará a conocer una llama; ese animal tan lindo que parece que siempre estuviera sonriendo. Es solo uno de las especies de la familia de camélidos que habita esta zona.

Machuca


No sé qué me conmovió más: saber que en Machuca solo viven 19 familias que se turnan entre sí para no abandonar este mínimo pueblo del altiplano andino; la iglesia que abren para pedir a diario por la llegada de visitantes que acudan a comprar sus artesanías o los pinchos (anticuchos) de llama que son típicos de la región. Yo enmudecí, especialmente después de ver en 3D ese animalito tan simpático. Así que me comí una empanada de queso. Lo cierto es que sobre sus precarias viviendas de tierra, con techo de zinc, brillan pequeñas células de captación de energía solar. Son escasos los recursos de agua y luz por esas zonas desérticas y los nativos de Machuca están utilizando un recurso que les sobra: el sol. 

¡Bien por ellos!


Termas de Puritama


El broche de oro de este viaje fue la inmersión en las Termas de Puritama. Una sucesión de 8 termas cuyas aguas naturales están sobre los 33° C. Toda una experiencia ponerse el traje de baño cuando afuera la temperatura apenas supera los 10° C, pero una vez sumergido ahí quieres quedarte a vivir en esas aguas limpias y chapotear bajo las cascadas que unen las pozas. Para completar este paisaje hay caminos de madera y un área de almuerzo cuya sombra se integra bellamente al paisaje.



No se diga más: Atacama es un destino que bien vale el esfuerzo de tiempo, dinero y trayecto. ¡Una belleza que espera ser disfrutada y cuidada por todos!




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