Sin permiso de Eduardo Liendo -uno de nuestros mejores escritores- parafraseo el título de su obra más leída, El mago de la cara de vidrio, para drenar mi rabia sobre lo sucedido en las últimas horas.
No
tiene esta rabia nada que ver con el libro mencionado sino con ese
objeto del deseo que, en las últimas horas, hemos visto pasar de manos
-o debería decir- de anaqueles a manos que no pagaron nada por él.
Debo
advertir, mi honestidad lo exige, que detesto la televisión. Hace años
que no la veo. En mi casa hubo 2: una frente a la cual pasaba sus horas
la muchacha que cuidaba a mi hija; otra de Ale y sus películas.
Cuando Ale aprendió a quedarse sola cambié la primera TV por horas de
pintura sobre mis paredes. Adalberto, un cartagenero reilón, que durante
años fue mi contratista, salió feliz con aquel artefacto entre sus
brazos y yo estrené amarillo chillón sobre mis paredes.
La
segunda TV la vendí por muy poco cuando Ale me dijo que no la usaba;
Google y Twitter viven en la computadora. Otro mago con cara de vidrio.
Así que ahora no tengo ninguna pero pago como si la tuviera porque la
operadora de internet no ofrece servicio de wi fi sino amarrado al de TV
por cable. Debo ser una caso raro, una venezolana sin televisión pero
pago por ella.
¿Pero por qué odio la TV? Porque
este artefacto del que millones de venezolanos viven cautivos no los ha
enseñado siquiera a hablar. No ocurre lo mismo con quienes invierten
esas mismas horas frente a un libro. La letra entra. Al parecer las
imágenes no. Y ya dirán los defensores, que los hay por miles,"La TV es
para entretener". ¿Y los libros no?
Tantos años de
telenovelas, noticieros, series y sábadossensacionales y ese auditorio
cautivo sigue presa de la ignorancia. Pero tengo otras razones: las
mejores películas, con grandes producciones, espléndidos vestuarios,
alucinantes locaciones y estimulante música se diluyen en el pequeño
formato. No puede la TV con la gran pantalla. La magia de entregarse al
cine -sin abrir la nevera, sin atender al timbre ni al teléfono- no le
pertenece. La TV no evoca la mano que se desliza temblorosa de una
butaca a otra...no alberga lo nervios del primer beso a oscuras... no es
cómplice de mariposas quinceañeras revoloteando junto a las cotufas. La
TV es burda copia del cine y falsificadora de la realidad. La TV
convierte en somnífero la mejor película.
Cansada
de series y refritos cinematográficos la TV inventó los reality shows.
Esos monstruos para espiar a los que se prestan a semejante escarnio.
¿Quién dijo pudor? ¿Quién vergüenza? Gracias a la TV puedes ver ducharse
a tu galán favorito y despertarse desgreñada a la más envidiada de las
actrices.
Pero entiendo. La inseguridad nos mantiene encerrados y la TV es buena compañía para muchos.
Esa
costumbre tan venezolana de que en cada cuarto hay una TV me espanta.
He visitado casas donde esa cuenta se supera porque además hay una en la
cocina y otra en el "estudio" o en el "family room". En Venezuela la TV
es tan democrática como la arepa; se come tanto en Petare como en La
Lagunita. La TV es un objeto de status regido por una regla directamente
proporcional: mientras más grande la pantalla más feliz el usuario.
No importa que no haya pan porque la TV garantiza el circo.
Y
de este circo hemos tenido bastante los últimos dos días. El gobierno
califica de "usureros" a unos comerciantes que especulan con esos ojetos
del deseo. ¡Oh, la TV! Salve Dios a un pueblo que tenga que pagar de
más por un objeto tan necesario, tan indispensable, tan insustituible.
¡Que no haya un solo hogar venezolano donde no haya una TV a precio
justo! Se dijo partida y quedaron vacíos los anaqueles. Raudas las
piernas, prestos los brazos para cargar la bienamada plasma de 50 y dele
pulgadas. Robar una tele no es robar es hacer justicia.
No importa la escasez, mucho menos la inseguridad, ni hablar de la falta de valores.
¡Tenemos plasma!
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