Una vez pasado
el umbral del asombro, es decir, una vez que tus ojos recorren el mosaico que
cubre un muro enorme de la sala sur del Museo Nacional de Bellas Artes de
Santiago, te preguntas cuánto tiempo le tomó a Mónica Bengoa completar semejante
hazaña. Esta pregunta se hace recurrente en la medida en que transitas por
todas las salas y ves parte –solo parte– de la obra de esta artista chilena.
Luego te
enteras que la interrogante que te hiciste iniciando el recorrido no es nada
original. La artista reconoce que, constantemente, le preguntan por el tiempo
invertido en cada obra; por las dimensiones de las mismas; por la cantidad de lápices y servilletas que usa como soporte... La curiosidad no es patrimonio exclusivo de
los felinos y cuando no se sacia, mata, aunque sea metafóricamente. Y esta
curiosidad es alimentada porque con la obra terminada, Bengoa exhibe los restos
de los materiales empleados en ella. Así, junto al gran mural está la viruta de
madera que dejaron atrás los lápices de colores; incluso el patrón donde fue
trazado el dibujo inicial. Esta suerte de “confesión” que ofrece la artista
coloca al espectador en plan voyeur y
lo invita a indagar estimulando su curiosidad.
Entonces, cuando
tienes a la artista frente a ti y la vez pequeña, incluso frágil ante la dimensión
de su obra, se te ocurren muchas preguntas. Para eso es el arte, entre otras
cosas; para mover y conmover. Para hacerse preguntas y detonar emociones. Y cuando
es la artista quien te guía por su exposición pues hay que aprovechar la
ocasión. En efecto las dudas llegan, recurrentes, sobre el cómo y el
cuánto. La curiosidad en cifras es de los observadores. Los por qué los pone la
artista.
Y es que la
obra de Mónica Bengoa, Santiaguina nacida en 1969, te conecta, casi
irremediablemente, con la duda. ¿Es real lo que estoy viendo? ¿Son estos los
colores de una hoja? ¿Es esta página y sus letras onduladas un guiño de la
imaginación? ¿El poder de las letras está solo en el contenido de las mismas o
en la forma, tan particular, de presentarnos un texto? ¿Debo leerlo o debo verlo?
Si partimos
por sus primeras obras –una serie de fotografías íntimas, cotidianas que la
artista hizo de sí misma y de su geografía personal, la de su cuerpo, quiero
decir– encontramos un afán de registro y de colección que pone a la fotografía
en plan de insumo, no de fin. Y todo eso es antes de Internet. Antes de que
todos cargáramos un celular/cámara en el bolsillo y el registro de lo que nos
rodea no se hubiera convertido en obsesión.
Bengoa pone el
énfasis en lo cotidiano. En todo aquello que por simple o repetitivo pasa
desapercibido. Quizás el gran formato sea su forma de decir: aquí estoy, soy
una fruta tejida, acaso un libro que va rodando de casa en casa y que no olvido
cuando me cambio. Aquí estoy y soy letra, soy frase, pero no me comporto como
tal, porque también digo, también expreso un sentir cuando no habito la hoja
sino un gran lienzo de fieltro. Sigo siendo un texto y tengo mucho que contar.
Aquí estoy y soy un ombligo. Un relieve de tu cuerpo, un algo único, aunque de
tanto verme no me veas.
Bengoa se
plantea un desafío en cada obra. Y a ese desafío se entrega con ahínco y
paciencia. Porque, aunque sus obras sean de gran formato, no por ello son
desprolijas ¡al contrario! Cada una muestra su empeño en el corte preciso; en el
trazo certero que dará el resultado final esperado. No es baladí su búsqueda.
Mucho menos fácil de alcanzar ese producto terminado donde los colores no se
funden en un lienzo sino en nuestras retinas; adónde van a sumarse fucsias y
rojos con blancos, en diferentes relieves para generar rosas pálidos. O en los
murales donde las servilletas, lienzo mínimo, van formado ese todo que es mucho
más que la suma de las partes, como en los mosaicos de vidrio de otras épocas.
Su inventario
exhaustivo, aunque siempre inconcluso, va de la gran escala en el librero, en
el cuarto infantil, en el jardín interior compuestos por centenas de
servilletas cuadradas, a los tambores primorosamente bordados de frutas
cortadas mostrando, sin pudor, toda la sensualidad de sus pulpas jugosas. O en
la cartografía del cuerpo de la artista y
el de sus hijos.
Hay que estar
atentos entonces a cuáles nuevos desafíos se enfrentará Mónica Bengoa en lo sucesivo.
Dónde pondrá la lupa para continuar armando este inventario inconcluso y tremendamente
interesante.
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