No sabía si era sábado o junio.
Después de tres semanas, dos días y media hora salió a dar una vuelta por su barrio.
No se conformaba con el rayito de sol que se filtraba -a ratos- por el vidrio roto del living.
Quería caminar, recordar cómo se siente la brisa en la cara, aunque llevara enmascarada la sonrisa.
Era indispensable
hablar con la mirada y contemplar la inutilidad de los semáforos ahora que no
había nadie afuera.
¿Nadie?
Varias
bicicletas con mochilas cruzaron la vereda.
Ciudad delivery, ¿no era ese el nombre de una novela distópica?
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