La Nueva Caracas
Nuestro
segundo #recorrido fue hacia el oeste. Allí donde vivió un vozarrón llamado
José Ignacio Cabrujas, ilustre cronista de Catia y sus alrededores. Atraídos
por las recomendaciones de los asistentes al primer paseo movilgráfico
asistieron 47 viandantes.
La
Plaza Pérez Bonalde –rareza de
espacio público dedicado a un civil, en un país donde la mayoría de las plazas fueron
bautizadas con charreteras y espadas–
fue el lugar elegido para que Mari Pili Salas, actriz y locutora amante
de Caracas, nos leyera algunas estrofas del célebre “Vuelta a la Patria” del
poeta venezolano. Varios vecinos se acercaron a compartir esta toma pacífica de
una plaza, que bulle por la actividad comercial que la rodea y escucharon
atentos las estrofas que LuisRa Bergolla imprimió como recuerdo del paseo.
Luego
nos acogió el Mercado Municipal de Catia,
cuya fachada sobresale en el perfil urbano del Bulevar. A Roberto, quien se estrenaba con este recorrido de
#CCSen365 y cuya humanidad sobrepasa los dos metros de altura, le pidieron
dólares varias veces. Llama la atención, que en una ciudad con una población
tan heterogénea como Caracas, cada vez que alguien “distinto” se asoma a un
lugar que no es “su zona” se le trate como extranjero. Como decía Mamama, mi
abuela, “aquí el que no tira flechas, toca tambor”; aludiendo a la mescolanza
de razas, para usar un término en desuso, pero esto ocurre porque estamos
divididos en “cotos”. Esa es, precisamente, una de las metas del proyecto de
LuisRa Bergolla; entender, vivir, caminar, disfrutar Caracas como lo que es,
una ciudad de este a oeste y de norte a sur; con sus valles y sus colinas.
Perdonen
la digresión.
Seguiré
contando que desde el mercado hicimos todo el bulevar hasta llegar a Plaza Sucre y ver cómo, una vez más,
los amigos de endilgarse glorias ajenas, rebautizaron la estatua de Antonio
José de Sucre, la misma que está allí desde 1935, como si hubiera sido erigida
en revolución.
Con
solo cruzar la calle llegamos al Teatro
de Catia, rescatado hace dos años e incorporado a la vida ciudadana. No
abundaré en detalle de su recuperación: superficial y propagandística, pero
diré en descargo que está mucho mejor que cuando fue sede de una venta de ropa,
además, la comunidad lo disfruta realizando allí diversas actividades culturales
y académicas.
Dimos
un pequeño rodeo a la calle más pintoresca de Catia, la calle Maury con sus arcos coloridos destacados a pesar de las
rejas. Qué decir del bar El Torero, suerte de memorabilia catiense, donde se
liban néctares espirituosos. Habrá que volver, en el horario de apertura.
Aunque
el cansancio de la caminata se hacía sentir nos esperaban dos joyas: la Escuela Miguel Antonio Caro, de Luis
Malausena y el Parque del Oeste.
La
primera mantiene su dignidad académica a pesar del tiempo y la pátina
del descuido. El parque merece mención especial ya que conserva dos tradiciones
muy caraqueñas: el vuelo de papagayos y las fiestas de cumpleaños. Cerramos
nuestra gira disfrutando de la hermosísima cubierta en concreto plegado que
diseñara Alejandro Pietri para las estaciones del teleférico. La que allí se
encuentra fue un ensayo en lo que antiguamente eran los terrenos del Ministerio
de Obras Públicas. Mudado el ministerio y listo el parque cubre una cancha de
usos múltiples bien llamada “la cancha acústica”.
Esta
zona de gran extensión alberga varios de los más grandes desarrollos de
vivienda obrera de Caracas: el 23 de
enero, Casalta, Rafael Urdaneta y Ciudad tablita convirtiendo a Caracas, en
su momento en un laboratorio de modernidad, en esta ocasión como “ciudad
obrera”; hoy son testigo de cuando
en Caracas la vivienda masiva se planificaba, aún con las contradicciones
propias de las teorías racionalistas.
Quedó
fuera una perla, la iglesia de Pagüita,
de Juan Hurtado Manrique.
Reducto de paz muy cerca de la estación Caño
Amarillo, esa, donde el Metro deja de ser subterráneo y se llena de luz
tropical.
Pero sembramos la semilla… Vamos al oeste fue la consigna cumplida a
cabalidad.
El próximo es Hacia El Paraíso. ¿Quién podrá resstirse?
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