Santiago, vengo a decirte que estoy triste. Tres años tecleando tus maravillas, abriendo mis dos ojos a tus cuatro estaciones, caminándote y cumpliendo un sueño raro: vivir sin manejar. ¿Alguien más sueña con eso?.
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Todos nos enamoramos de personas, de cosas -si no, pregúntenle a las vitrinas-. Yo me enamoro de ciudades.
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No fuiste la primera, qué importa. Mi corazón urbano es tan ancho como tu cordillera y fíjate tú; yo vengo de una ciudad cobijada por un cerro.
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Es raro decir que amamos una acera ancha, una vereda amable. Pero es más raro decir que cuando encuentro un banco y me siento bajo una sombra verde, me rindo.
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Qué emoción fue estrenar tus nuevas líneas del Metro y pensar, mientras él serpenteaba bajo tierra, que es lo más inclusivo que tienes. Parece obvio. Va de norte a sur, de oriente a poniente sin preguntarle a nadie dónde vive.
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Así que verlo arder y tantas semanas después no saber quién lo hizo, hiere mi corazón urbano.
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Ahora solo tengo preguntas Santiago. Tus ojos están rotos, violadas tus puertas y manchados tus muros. Todos tus semáforos en rojo.
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Yo me pregunto ¿hasta cuándo?.
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[ Este texto fue escrito en el taller CARTAS PARA SANAR, dictado generosamente por la profe @mtabuas y compartido junto al cálido e íntimo testimonio de 15 personas].
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Tuvo también una respuesta empática, no solo en la atenta escucha de todos sino en la palabra de quien lo leyó atentamente y me regaló su respuesta.
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La mía es GRACIAS.
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