sábado, 20 de octubre de 2007

CARACAS ES UNA MUJER

Caracas es ancha, desprendida, desinteresada. Acostumbrada a que propios y extraños la recorran con prisa y sin pausa. Estas ideas revoloteaban en mi cabeza cuando leí unas sentidas palabras de María Fernanda Di Giacobbe: “...Y veo el cielo, la luz, las matas, la Universidad Central, las casas, el Jardín Botánico, la gente que estudia, los cocineros nuevos, los conciertos de los domingos en la Estancia, los nuevos platos y sabores, la brisa templada. Y sé que es mujer...”. Sus reflexiones me hicieron recordar una ocasión hace ya bastante tiempo, en que participé en una discusión acerca del sexo –que no del género– de Siena, una auténtica ciudad medieval enclavada en el corazón de Italia en pleno siglo XXI.
Ahora no recuerdo cómo, pero de tanto disfrutar Siena, de recorrer sus angostas calles, de sentir como el sol apenas se atrevía a entrar y a seguir el rumbo de cualquiera de ellas para iluminar esa maravillosa plaza en forma de concha marina que irrumpe inmensa en todo su esplendor, surgió una certeza: En Siena todos los caminos conducen a la Piazza del Campo, su centro, su corazón. Acaso Il campanille emblema fálico que la domina, sea prueba irrefutable de su sexo masculino. Al menos esa era la razón más convincente que argumentaba el profesor de literatura italiana quien se empeñaba en adjudicarle un carácter masculino a aquella ciudad amable, que ve pasar el tiempo sin apenas acusar recibo de ello. Desde entonces -y ahora soy plenamente consciente de ello- me dio por pensar en el sexo de las ciudades y por supuesto en el de Caracas. Apenas una excusa para comenzar esta reflexión.

Caracas nos acoge a todos por igual. Ya sea los hijos que ha parido en cualquiera de sus casi olvidadas esquinas y en sus múltiples laderas, o a los que viniendo de todos los rincones del país y viviendo aquí desde hace mucho tiempo, no la asumen como suya sino como una ciudad de paso -una ciudad prestada- de la que no tardan en huir a la primera oportunidad sin que les quede nada por dentro. Caracas se me antoja de una femineidad abrumadora, maternal, sumisa, tolerante, supeditada al Ávila, que se yergue imperturbable y protector.

Caracas como toda mujer que se precie, es contradictoria: verde y gris, del color que le preste la luz que la viste; alegre y triste, fiel y desleal, amada, acaso odiada, ahora temida, generosa, sin rencor. Estoica: ante la afrenta de la basura responde con una flor silvestre; en la barrera de concreto que rodea sus autopistas crece un verde imposible: la incipiente hierba se abre paso y provoca una sonrisa en medio del tráfico; el ruido de tantos carros no opaca el pregón del buhonero; ni siquiera el humo enturbia su imperturbable luz, cegadora a veces, cálida siempre.

“Y veo el cielo, la luz, las matas...” el Aula Magna, El Parque del Este, los niñitos con su lonchera como almohada cuando apenas amanece, un mercado ambulante en el tráfico: Coquitos, banderas, periódicos, piratería grabada en libros y cassettes, mamones o ciruelas según la temporada. La rápida transición de rojo a verde en una avenida alcanza para todo, hasta para un sencillo acto de malabares. Saltimbanquis urbanos y sonrientes pasan raqueta con su sombrero de colores, compitiendo en cada esquina con los vendedores de la suerte.

Y pienso: Caracas es una mujer, ancha, desprendida, desinteresada.

VIÑA DEL MAR

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