domingo, 7 de julio de 2024

Regreso al pasado


Dedicado a los venezolanos que asumen la lucha diaria

 de sobrevivir en un Estado fallido,

 poniendo su mejor cara ante las adversidades.


Doy más vueltas que un trompo para escribir esta crónica a 10 días de mi regreso de Venezuela. Pienso en qué escribir y qué no. Dudo. Escribo, borro y vuelvo a dudar. Las redes sociales han vuelto más delgada mi piel, ya de por sí enjuta; aunque lo que realmente me hace cavilar es cruzar la difusa línea entre decir lo que sentí, sin ofender a quienes viven allá.

Es muy difícil.

Sobre todo, volver casi ocho años después de salir en unas vacaciones que terminaron en migración. Desde entonces vivo en Chile y en ocho años nos han pasado muchas cosas, hasta una pandemia.

***

El primer golpe fue en el aeropuerto. El mismo de hace 53 años… Lo único “nuevo” son las banderitas de cartelera escolar, que no faltan en los espacios gestionados por el régimen.

Dice Google que el aeropuerto de Maiquetía dejó de ser, en el 2000, el más importante del norte del sur, dada la caída de su tráfico aéreo. Nada nuevo, en Venezuela, donde casi todas las  caídas tienen varias décadas. Y esa caída de vuelos la capitalizó Panamá hace rato: “el hub de las Américas” es su slogan y lo vi varias veces en mi corta escala de Santiago a Caracas.

Mientras hacía el recorrido desde la puerta del avión a las casetas de migración una pinza me apretaba el estómago. Aunque desde la cola solo veía tres aviones, una funcionaria se quejaba por el exceso de trabajo. La pizarra cuenta un vuelo de Panamá, uno de Bogotá y otro de Lima. Sería todo. Sin embargo, la cola avanza leeento mientras la pinza, aferrada a mi estómago, aprieta más.

Al llegar a la taquilla el funcionario me preguntó:

- ¿Hace cuánto que no vienes?

- Ocho años.

- Ajá, ¿dónde te vas a quedar?

Di la dirección de mis últimos 30 años de vida en Caracas y salí volando de ahí. Uniformes e insignias rojas me quitan el aire.

La alegría vino en forma de amiga del alma buscándome en Maiquetía, que, dado el costo de la gasolina y el estado del parque automotor en Venezuela es más que un regalo, ¡es un Niño Jesús en junio!, una hallaca en agosto, un aguacate de injerto.

A las risas y abrazos por el reencuentro le sucedieron las imágenes de la autopista: los cerros verdes; los ranchos de siempre arrumados a los nuevos; las nubes gordas y blancas; esas que vi en Concepción hace un par de meses y me hicieron caer en cuenta de que en Santiago las nubes son largas y esbeltas. Cosas de la humedad, o la ausencia de ella en mi nueva casa, al pie de la cordillera andina.


Los kilómetros que separan el aeropuerto de casa de otra de mis grandes amigas me devolvieron el cerro. Ese Ávila que fotografié sin cansancio y que, si se gastara de tanto verlo, bueno, estaría medio borroso. Pero no, permanece incólume al desgaste de la ciudad. Todo el entorno esplende verdes, cada árbol brilla en HD, con esa luz caraqueña que no requiere filtro, compensando tantos años de abandono urbano.

El territorio es la salvación de Caracas, su joya más preciada, su musa y a la vez su cuore.

Me impactó la cantidad de vallas en la autopista. Aunque eso no es peor que las palmeras doradas. ¡Qué sinsentido! En una ciudad plena de naturaleza sembraron palmeras falsas.

Volteo rauda. Cero atención a las atrocidades.

Saliendo del túnel de La Trinidad se asoma el letrero de Ciudad satélite que es pura nostalgia, testigo de la época en que el terremoto nos echó a mi familia a mí de los devastados Palos Grandes hasta la gran promesa de bienestar en los años sesenta.

Me detengo a ver los cerros del sureste donde estuvo mi casa desde que la tierra tembló. Son ellos los que me cobijaron los dos días que estuve en Caracas y mis amigos, por supuesto. La generosidad del alojamiento comienza con vista a esos cerros, las aves trinan y, otra vez, las nubes gordas. Nada impide ese disfrute, gracias a que el atinado diseño despejó la vista por completo.

Una corta visita a varios comercios me da pistas sobre el manoseado refrán de “Venezuela se arregló”. Los estantes están repletos. Ya no hay rastros de aquel desolador paisaje de automercados y farmacias vacíos o con el mismo producto repetido a la ene, pero los precios, ¡ah! eso es otra cosa. Una compra mínima cuesta lo que gana en un mes un profesor universitario. Como dato duro el salario mínimo en Venezuela es de 3 $, en Chile es de 680 $ y vi varias cosas más caras en Caracas que en Santiago.

En la caja entendí que se paga en dólares, pero el vuelto te lo dan en bolívares y en dos conos monetarios distintos. No entraré a enumerar la cantidad de ceros que perdió nuestra moneda para no quedarme corta ni entrar en cólera, pero circulan billetes de 1.000.000 de bolívares que, valen uno. O sea.

De La Trinidad volví a Los Palos Grandes, a esos edificios modernos que han envejecido tan bien y al reencuentro con muchas de mis amigas más queridas. Y a la Plaza del mismo nombre, uno de los pocos espacios públicos inaugurados en los últimos 20 años. Una obra municipal, hay que decirlo.


Más tarde Sonia me regaló una corta visita a “La Capilla Sixtina de Caracas”. Término que acuñó mi querida amiga y periodista, Faitha Nahmens, para referirse al espacio central del Cubo negro. Ese que alberga un gran móvil de Jesús Soto, cuyos méritos lo ubican en el segundo lugar de integración Arte y Arquitectura. ¿Qué cuál es el primero? ¡El Aula magna, de mi UCV, por supuesto!

Bajo la lluvia de Soto conocí una magnífica tienda de lentes divertidos, cuyos muebles, me honra decir, construyó WoW Taller de diseño, con gran calidad y extraordinario cuidado en los detalles. También disfruté de una exposición de platos. Pero no de cualquier plato, sino de 400, sí, 400 platos firmados por igual número de personajes destacados de todos los ámbitos: artístico, político, literario y deportivo que visitaron la casa de la ceramista María Luisa Tovar, quien se dio a la lúdica tarea de armar una colección que hoy cuenta lo que fuimos como ciudad, como país, como destino.




La visita a los Secaderos de La Trinidad me confirmó que ese espacio cultural sigue firme, creciendo y dando espacio a lo mejor del arte venezolano.

Lo mismo que el TrasnochoCultural. Luminaria que brilla en el oscuro y casi vacío Paseo Las Mercedes, donde me alegré con la gran expo de Bernardo Mazzei, maestro de las sillas tradicionales convertidas en piezas contemporáneas y el rincón donde vive -a plenitud- el Diseño venezolano: 7 al Cubo. Y de nuevo el inmenso cariño de mis grandes amigos, acompañada del olor envolvente de nuestro Kakao.

La gran sorpresa en el Paseo fue Reset Gallery, un espacio magnífico con excelente diseño y curaduría. Otra gran apuesta local al arte venezolano.

No tengo más detalles de Caracas. Lo que vi fueron chispazos, como si llevara una venda que solo me quitaba a raticos para permitirme abrir los ojos.

Así lo viví y lo atesoro: un viaje de abrazos, de confirmar que la amistad no pasa factura de ausencias, sino que se reinicia donde la dejamos. Aunque la última conversa presencial fuera hace 8 años, los hielos del trago siguen dando vueltas con la inercia del dedo aún húmedo.

Estoy muy agradecida por el cariño y no sé por qué recibo tanto.

Gracias por las empanaditas de queso, la torta de zanahoria, por las delicias preparadas con esmero para compartir apurando 8 años de cuentos en pocas horas; exprimiendo el tiempo entre las lomas, los cerros y las colinas de Caracas antes de partir a Maracay: la verdadera razón de mi viaje, el reencuentro con mi papá y mis hermanos, tras un difícil trance de salud de él.

Gracias a las risas de los únicos cuñados y la única sobrina que tengo en Caracas y que siguen siendo mi familia, 26 años después del divorcio.

Ayayay, Maracay

Añoro el silencio.

No hay donde guarecerse del estruendo musical.

Un carro estacionado frente a la plaza La Soledad pasa varias horas torturándonos con su reguetón puyúo.

La cola en el abastecido Farmatodo se hace a ritmo de salsa intravenosa.

En la frutería mangos y aguacates bailan merengue junto al peso.

Mientras almuerzo en un restaurante del medio oriente descubro que hay algo peor que una televisión a todo volumen: una televisión a todo volumen con un partido de fútbol narrado en árabe. Por si acaso, no tengo nada contra ese idioma sino contra el exceso de volumen.

Yo defiendo mi derecho al silencio.

Maracay está desvencijada, mustia; menos la naturaleza que no sigue las leyes del abandono, sino que se desborda en exuberancias. Otra vez el territorio como salvación. A veces los mangos se estrellan contra la acera rota y sus carnes expuestas al sol llenan el espacio de un olor dulce y familiar.

Lo que siempre encuentro es amabilidad y mi acento por todos lados. Lo de “mi acento por todos lados” me lo hizo notar un chileno. Cada vez que entro a la farmacia, a la panadería o al abasto la bienvenida es una sonrisa, un gesto amable y eso conforta los difíciles momentos.

El reencuentro familiar es agridulce. Muchos años sin vernos y vernos así, -cuando quien nos une a todos, que es mi papá, no está bien- es muy doloroso. Pero entre medicamentos, recetas y farmacias nuestro verbo fluye, suena el piano de La Nena -madre de mis hermanos y amigastra mía- y nuestro amor se fortalece.

Varios días después mis hermanos y yo hicimos un tiempito para caminar por Las Delicias y vimos la Cordillera de la costa en todo su esplendor. ¡Qué sensualidad, dios mío! Qué cadencia la de esos verdes, todos cayendo en orden y concierto, y a la vez haciendo lo que les da la gana con las curvas, las cimas, las lomas abriéndose  para conformar los valles. Los edificios se nos atraviesan, pero nos inclinamos para hacerle la debida reverencia a la Cordillera.

Al día siguiente estreno Ridery, una App venezolana que sustituye a Uber. Llegan puntuales, atentos, con precio internacional y carro añejo. El cinturón de seguridad no sirve. Cuando quiero usarlo el chofer me dice, aquí no hace falta. Trago grueso. Pero varios días después, cuando pedí uno para volver a Maiquetía llegó un auto impecable. Le pregunto al chofer de qué año era y respondió: de 2023 y es de fabricación iraní. Yo de carros no sé nada, pero claramente hay varios círculos automotores, como con los billetes.

Una diligencia médica me llevó detrás de la Maestranza César Girón, para constatar que en la infinita lista de edificios valiosos a recuperar, rehabilitar y restaurar en Venezuela está el Coso de Carlos Raúl Villanueva y Luis Malaussena, dos arquitectos destacadísimos del siglo XX venezolano. Ojalá se convierta en un gran Centro Cultural, que honre este hermoso edificio construido hace 90 años. El uso taurino ya cumplió su ciclo. Deseo que la desidia también.


La generosidad de una vecina nos llevó hasta el Hotel Maracay. Nuevamente Malaussena y su genio arquitectónico, pero esta vez en clave moderna. Truena el verde sobre las limpias fachadas, se multiplica en la piscina, invade los campos de golf y unos pocos turistas ocupan a los amables anfitriones. Nos llevan a ver el mural del Cacique Maracay, apolíneo y musculoso, como todos los héroes de Pedro Centeno Vallenilla. Sigue intacto en su fuerza expresiva, salvo porque el salón que domina está vacío.

El que no ha corrido la misma suerte -me refiero al rescate luego del abandono- es el Teatro del hotel. La maleza devora su fachada e, imagino, que platea y patio también, aunque no entramos.




Donde si fuimos, caminamos y volvimos con la mandíbula a ras del suelo fue a la Estación biológica de Rancho Grande. La visita, gestionada ante INPARQUES nos asignó un guía maravilloso. De esas personas cuya mística y espíritu de amor por lo que hacen se sale por los poros. Don José es tranquilo, sereno; ha pasado tanto tiempo en la naturaleza que asumió sus tempos y cadencias. Más que hablar musita y su verbo honra la tarea que ejerce desde hace más de treinta años.

La estancia en Rancho grande abre la mente a la infinita posibilidad de creaciones artísticas -no invasivas- que podrían hacerse ahí: fotografía, cine, videoarte, performances, instalaciones… por el momento se hacen visitas muy acotadas y algunas jornadas de formación a maestros. Aunque al edificio se lo está devorando la selva, su robusta estructura muestra lo que quiso ser: un hotel faraónico, ajeno al clima, al entorno, implantado bajo las órdenes de otro mandamás venezolano, el general Gómez.

Muerto el militar abandonaron la estructura y hoy es lo que ven. Un espacio distópico. Una ensoñación.

Afortunadamente la UCV mantiene allí una estación de estudios biológicos y ambientales e INPARQUES fomenta recorridos para admirar los “niños”, unos árboles gigantes que estudió Andie Field y a cuyos pies dejó la vida. En la entrada hay una hermosa escultura de Henri Pittier, botánico e investigador suizo a quien Venezuela debe tanto y cuyo gran Parque Nacional lleva su nombre.

Salí de Rancho Grande como de tantos otros lugares en Venezuela: todo por hacer.

***

No recuerdo haber reescrito un texto tantas veces en mi vida. La pinza de Maiquetía ya no está, pero persiste la que acicatea mi corazón cuando quiero escribir sin lastimar a los que están allá, con los sentimientos, legítimos, de mi estar afuera.

Lo han logrado.

De todas las perversas tareas realizadas durante más de 25 años queda ésta, la de la culpa, que no precisa de un uniforme, basta su sombra.

Pero no quiero cerrar así un viaje a la amistad, al amor, a la familia, un viaje a la ciudad en la que nací, crecí y hasta me multipliqué en hija única. No les voy a dar ese gusto.

Gracias Caracas, gracias Maracay, gracias familia, gracias amigos.

Gracias.

10 comentarios:

  1. Anónimo15:30:00

    Como siempre, tu destreza para describir y convertir una narración en texto literario se te da de un bueno que a mi me seduce siempre y no me permite despegarme "Hasta el final" [doble connotación]. Me encanta estar en tu texto bajo el anonimato de "amigos" fue maravilloso verte, el tiempo fue de calidad y lo valoro inmensamente. Tu mirada es noble, como eres tú, resolver la culpa será una tarea pendiente, quizás Chile te ayude a entenderla y a borrarla. Caracas, Venezuela y el Ávila siempre estarán esperando por ti.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo16:05:00

    Mitchele hermoso cierre desde la gratitud que es lo hace luminoso lo que no lo es tanto. Aca ,allá la Vida continua con sus bemoles ! Pasaste por estas tierras dejando tu aroma de dulzura, escucha siempre solidaria y amor.....Nos veremos en este país donde la Naturaleza encanta y no se doblega.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, querida. Nos veremos junto a la noble naturaleza.

      Eliminar
  3. Anónimo16:20:00

    Otra vez tus letras hacen que nos suden los ojos...

    ResponderEliminar
  4. Anónimo20:52:00

    Gracias Mitch por avisarme y vernos y por la conversa y los abrazos. Hermoso texto; solo te diría que tu viaje fue tuyo, así como la vida es de cada quien y no hay que darle el gusto a nadie; solo vivirla lo más plenamente. Abrazos 🙏🌹❤️

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Fue muy hermoso vernos y conversar, aunque fuera solo un rato. Abrazos.

      Eliminar
  5. Isabella Polito9:27:00

    Esperaba tu cuento del viaje cuando supe que estabas en Venezuela, he tenido la fantasía de cómo sería ir de visita luego de 7 años fuera. Tendría que prepararme con antelación para transitar tantas emociones, un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Anónimo18:51:00

    yo, me quede esperando tu vivita..Shirley me dijo que te habias ido...Bueno otra vez sera...Viste, a la altura de Bello Monte, en la autopista, el mu;eco de lata que hay????. es un adefecio, junto a las palmeras artificiales jjajja

    ResponderEliminar

VIÑA DEL MAR

VIÑA DEL MAR

Cuando vi saltar las olas sobre la balaustrada del malecón bañando el asfalto  pensé: El Pacífico como que no lo es tanto. Tiene su car...