Llegué a la estación Los Héroes con el ánimo al nivel del Metro –subsuelo Santiago centro-. Mis pensamientos puestos en Caracas y en todo lo que allá está ocurriendo. De ahí hasta Manquehue tenía 14 estaciones para pensar en eso.
Moneda, Universidad de Chile, Santa Lucía…
Cada vez que
paso por ahí empiezo a tararear a Miguel Ríos. Esa canción me encanta… Después
del tarareo empecé a navegar en las redes para saber de Venezuela. La agenda de
rescate de nuestra democracia marcaba otro día de protestas. Demasiado pronto leí:
una bomba lacrimógena, disparaba a quema ropa, destrozó el corazón de Juan Pablo
Pernalete.; un joven estudiante de 21 años que había acudido, como tantos
otros, a protestar, a clamar justicia y su último grito fue ahogado por venenosos
gases. 21 años, turgencia muscular, espíritu libre y la muerte abriéndose paso
cruenta, extemporánea, horrorosa, inesperada.
Universidad Católica; Baquedano… en Salvador le pregunté a Él ¿por qué?
El vagón iba
repleto. Al rumor del tren y las
conversaciones se sumaba el pregón del bombón a 100 pesos. El frío otoñal
sustituyó la oferta de agüita helada por chocolate.
Manuel Mont, Pedro de Valdivia, Los Leones…
Poco a poco mientras
avanzábamos se fueron abriendo espacios. Entonces la vi. Era alta, rubia y
delgadísima. De esas mujeres que llevan impresos los colores de sus ancestros alemanes. Un jean
silueteaba sus temblorosas piernas. La mirada azul -fija e incrédula en su
celular- hablaba de una mala noticia. Comenzó a llorar en silencio mientras se
aferraba al pasamano en Tobalaba…La
marea humana se renovaba en esa estación. Un cardumen entra, otro sale. Entren
que caben cien y hasta mil.
A pesar del
gentío la seguí con la mirada. Me debatía entre acercarme a ofrecerle ayuda y
mi temor a ser rechazada, a que tomara a mal mi unilateral iniciativa de apoyo.
En Caracas no lo hubiera dudado, en Santiago sí.
El Golf, Alcántara… en Escuela Militar me paré firme y me dije: si se molesta doy media
vuelta. Es peor no hacer nada. Me acerqué y le pregunté qué le pasaba y si
podía ayudarla. Me dijo musitando: "me acaban de avisar que murió mi sobrino.
Tenía apenas 21 años. Un auto lo chocó y murió instantáneamente. Siento un
dolor muy grande."
Manquehue, mi destino inicial había quedado atrás. Qué
importancia tenía eso cuando la muerte llega cruenta, extemporánea, horrorosa,
inesperada.
La acompañé en
silencio, mi brazo sobre su hombro, hasta que en Hernando de Magallanes llegó una amiga que la esperaba. Me
agradeció con su mirada azul.
Media vuelta y
viaje de regreso con apenas una estación para pensar en los versos de Andrés
Eloy Blanco: “el que tiene un hijo tiene todos los hijos del mundo”.