Mitchele Vidal | @imagenesurbanas

domingo, 15 de junio de 2008

3 IMPERDIBLES


Aún viajamos en un País portátil

Anoche constaté una vez más que seguimos siendo un País Portátil. El equipo de ReLectura celebró los 40 años de la novela del recientemente desaparecido Adriano González León, y los 30 años de la película homónima dirigida a cuatro manos por Iván Feo y Antonio Llerandi.

Un auditorio como el del Centro Cultural Chacao donde se mezclan el sonido de la película y el croar de los sapitos de sus jardines, siempre es grato. Mas aún, cuando en el foro se encontraban –además de los escritores Salvador Fleján, Rodrigo Blanco y Luís Yslas– Andrés, el hijo del escritor y Rubén Monasterios, a quien durante años hemos leído en sus innumerables críticas y reseñas de nuestro acontecer cultural y escuchado en sus tertulias radiales.

Que 20 años no es nada, dice el tango aquel pero estos 100 años, recorridos en la novela y recreados en el film, llenos de altibajos, guerras y guerrillas, intentonas y golpes siguen sumando desesperanzas y frustraciones a nuestro haber. A Iván Feo lo encuentran intacto los 30 años transcurridos desde el estreno de su película. Vehemente, lengua suelta y cabeza caliente –como llamaba mi abuela a los comunistas de antes– que no son los mismos de ahora. En fin. Buen momento para ver o volver a ver esta película indispensable cuando hacemos nuestra antología del cine nacional y para recordar lo que seguimos siendo a pesar del tiempo. La novela, no sé si se encontrará en las librerías, tal y como está nuestra oferta literaria por ahora…

Caracas siempre nueva

Ayer tropecé con un libro singular. Su portada, una foto de la plaza Bolívar habitada por personajes de distintas épocas, llamó mi atención. Como regalo adicional viene con un pin: puedes escoger cuál de los monumentos de Caracas colgarás de tu franela.

Este hermoso libro de crónicas caraqueñas compiladas por César Segovia y editado por la escritora venezolana nacida en Argentina, Blanca Strepponi nos lleva de la mano por el camino de la crónica sobre nuestra ciudad con Guillermo Meneses, Carmen Clemente Travieso, Arístides Rojas, Alejandro de Humboldt, José Martí, Arturo Uslar Pietri, José Antonio Calcaño, Salvador Garmendia, José Ignacio Cabrujas y Rafael Arráiz Lucca entre muchos otros de igual valía. Extraño sin embargo la presencia de quien se ha convertido en un cronista indispensable de nuestra ciudad, el periodista Rafael Osío Cabrices.

El diseño gráfico de Myrian Luque es colorido y fresco como todo lo que proviene de Magenta Ediciones, y está pensado para atraer lectores jóvenes. Sobre fondos estridentes: verde Ávila, amarillo tráfico, azul cielo y naranja rabioso, se desparraman grabados de la época y fotos actuales. A ratos aparecen algunos de los personajes que habitaban cada momento histórico. Su prosa variopinta lo hace ameno y de grato recorrer.

Sin duda, una excelente opción para enseñarles a nuestros hijos que nuestra ciudad ha vivido mejores momentos y que de ellos también depende que vuelva a ser así.

Desde esta tribuna virtual, hacemos votos porque esta publicación sencilla y amable llegue a muchas manos pero especialmente, a muchos corazones.

La huella del bisonte (Editorial Norma)

Anoche borré con mis dedos las huellas que dejó un bisonte en la página 247. Espero, sin embargo, que su perfume -una mezcla de café, alcohol y goma de borrar- se quede en mi mente por mucho tiempo.

Hace rato que estoy disfrutando la narrativa venezolana, así que en el último año he leído a Oscar Marcano, Federico Vegas, Adriana Villanueva, Rodrigo Blanco, Gisela Kosak y Juan Carlos Méndez Guédez. Desde que decidí no leer más traducciones –y lamentablemente no leo en otro idioma- me sumerjo en el océano infinito del nuestro flotando en aguas claras, turbias, calmas, efervescentes pero ciertamente maravillosas. Es tan grato reconocernos en nuestras palabras, en nuestros sabores y más aún en nuestros lugares. Ustedes saben de mi amor incondicional por Caracas, así que desde que los personajes que pueblan mis lecturas se montan en el Metro; caminan por Sabana Grande; se enamoran en la UCV, o en una heladería, soy un poquito más feliz.

Esta novela de Héctor Torres me encantó. Como dice María Pilar Puig, no es posible soltarla una vez que transitas la primera página. Bravo. Al final, cuando me faltaban pocas páginas, volvía atrás, releía, paladeando cada imagen, cada frase, como cuando me queda apenas un pedacito de chocolate y no me atrevo a morderlo, apenas saborearlo para que dure más. Debería decir, para entrar en la tónica de su lírica, como cuando cierras los ojos para que ese beso que apenas comienza, tenue, leve, húmedo se profundice, crezca hasta abracarlo todo y nos haga sentir que todo nuestro cuerpo es esa boca, esa lengua, esos labios y esa saliva, elixir divino que eleva todas las sensaciones, y, que irradia hasta volver de humo las extremidades que en ese momento hacen un descomunal esfuerzo para sostenernos.

Viendo a Mario temblar y flaquear ante Karla; a Karla entregarse a él con toda la sensualidad que se desbordaba desde su temprana pubertad, y a Gaby buscar en su profesor al padre que perdió y que recuperó en su tránsito de niña a mujer me ha abierto puertas y ventanas que llevan a los deliciosos caminos del placer sensual, del disfrute de las imágenes que crea el escritor “apenas” con palabras. Palabras precisas, corpóreas, olorosas, mullidas, aterciopeladas, suaves y contundentes. Palabras que avivan el olfato, el gusto, la vista y el tacto. Palabras que erizan la piel y avivan el espíritu.

Hace rato que dejé atrás mi adolescencia, que mis curvas han ampliado su radio. Que las estrías se han enseñoreado en mis caderas pero no en mi corazón. Sin embargo, la neblina del tiempo había atenuado el registro de esas sensaciones de la adolescencia y a través de los personajes de esta hermosa novela los he recobrado.

Insisto, además de describir con palabras sensaciones y sentimientos ajenos Torres debe tener una especial capacidad para que las mujeres vuelquen sobre él todos sus secretos. De no ser así, entonces es un mago. Ha encontrado la piedra filosofal de leer la mente de las mujeres.

domingo, 8 de junio de 2008

A veces creo que soy un árbol

El viernes 6 amaneció oscuro. La noche del jueves se apagó una luz, la luz que emitía el poeta Eugenio Montejo. Nos queda su poesía universal y nuestra. Nos queda el recuerdo de su mirada limpia, de su presencia exacta.

La primera vez que lo vi fue hace unos 5 años, en el último Festival de poesía que organizó Santos López en el Centro Cultural Corp Group. Hasta ese momento Montejo era para mí un poeta indispensable. Pero allí se me reveló además como un gran intérprete. La organización del Festival dispuso para la ocasión una minimalista escenografía compuesta por una silla y una mesa sobre la que brillaban una botella de vino tinto y una copa. La atmósfera de semi-tiniebla le otorgaba a la escena el intimismo necesario para que la voz de Montejo vistiera sus palabras. Aquella voz pausada, nítida, con el tempo exacto del lector-autor añadía nueva vida a cada verso. Pasaron vario segundos después de que el poeta terminara su lectura-interpretación, para que el público aplaudiera entusiasmado. Nos costó tocar tierra, salir del embeleso; finalmente reaccionamos y las palmas sonaron opulentas. Mas tarde, Montejo autografiaba libros con esa serenidad suya tan característica, tan ajena a las poses, a la fama.

La segunda vez fue en otra lectura. Esta vez Montejo leía a poetas que pasaron largos años de su vida en la cárcel. Su voz queda se quebraba a ratos evocando los duros momentos que habían padecido aquellos que se vieron privados de libertad pero no doblaron la cerviz y siguieron escribiendo, encontrando códigos, disfrazando claves. No les fue difícil, nos contaba. Ya sabemos que los amigos del pensamiento y de la palabra labran infinitos caminos para llegar a su destino. No así quienes sólo conocen el lenguaje de la fuerza. Pobres de ellos que sólo ven lo obvio, lo que no necesita interpretación. Nuevamente, su voz me embriagaba, me llenaba de calma y solaz. Lamenté que fuéramos tan pocos los que teníamos el privilegio de estar allí, en el auditorio de la Fundación del Banco Provincial en un día de semana y en pleno horario laboral. Pero estaba agradecida de haberle robado ese instante a la rutina del trabajo, al tráfico de siempre. Yo, egoísta, pensaba: mientras estamos aquí diez o doce afortunados bebiendo de esta fuente, varios miles se agolpan afuera, profiriendo insultos, golpeando cornetas.

La tercera vez -no sabía yo que sería la última- lo vi caminando por los pasillos de una clínica de Caracas. Ahora sé que entonces un silencioso mal había anidado en su cuerpo para quitárnoslo. Para llevarse su voz de bálsamo, su semblante joven, su esbozo de sonrisa. Su lírica sin grandilocuencias. Justamente ahora cuando más lo necesitamos. Cuando el grito y la estridencia casi lo abarcan todo.

Deseo, donde quiera ahora esté, siga apaciguando almas. Nos quedan sus libros mudos y la dura tarea de recordar su voz, cuando los leamos en silencio.

miércoles, 4 de junio de 2008

CARLOS ZERPA EN LAS MERCEDES

El tema de esta semana aquí en mi blog ya estaba decidido; es más, tenía hasta título: Fea de día y fea de noche. Me refiero a Las Mercedes. A esa herida abierta en que se ha convertido la que alguna vez fue una hermosísima zona residencial poblada de espaciosas casas “vascas” de generosos jardines.

Perdón, no tenía por qué irme tan lejos. Bastaba con recordar aquella urbanización plena de hermosas tiendas y la mejor oferta gastronómica de nuestra ciudad que ya es mucho decir, porque si algo se hace bien en Caracas, es comer. Todavía. En fin, no sé cómo, pero en Las Mercedes parece que hubiera caído una bomba o dos, a juzgar por el deplorable estado de sus aceras pero especialmente por su desorden urbano en que está sumida, que es total. A pesar de que en los últimos 8 años se ha invertido en ella una buena cantidad de dinero en dos grandes obras municipales (los drenajes subterráneos y la remodelación de la plaza Alfredo Sadel) y que cristalizó una pequeña gran obra de la empresa privada (El Trasnocho Cultural) su aspecto general es realmente lamentable.

De día, caos total. Los peatones no tienen 20 metros de acera continua por donde caminar y los carros, que todo lo ocupan, apenas avanzan. Sin embargo la peor de sus desgracias es ese aspecto de permanente demolición, de ciudad en ruinas. El carácter efímero de sus locales es proverbial, sus referencias siempre son nostálgicas.

Nos vemos en tal sitio, que es donde quedaba aquel otro, ¿te acuerdas?”

La mayoría de las tiendas que han sobrevivido no tienen brillo, ni siquiera color.

De noche, es aún peor. Las fachadas mutan. De algún sombrío lugar surgen toldos y mamparas plegables que junto a bares movibles y horrendas sillas de plástico arman cervecerías nómadas que se mezclan con el humo de los carros y el de los cigarros. Música estridente y alcohol barato. Diversión instantánea a precios escandalosos.

Del Centro Comercial Tolón, ni hablar. A mi modo de ver, ese centro no ofrece ninguna mejora –ni arquitectónica ni urbana– a esta zona tan concurrida de Caracas. Día a día le brotan toldos y anexos de todo tipo y lo que comenzó como una grata intención de dotar las áreas de retiro de la fachada oeste con amplias aceras y cafés al aire libre en este sector, perdió en el camino todo rastro de integración con el peatón. Su cercanía con la Plaza Alfredo Sadel lejos de representar una ventaja para ésta es una competencia desleal. Esta Plaza, salvo las ocasiones en que tiene eventos programados, luce desierta.

Fotografía: María Dolores Torres

Pero el domingo pasado un performance salido de la febril mente de Carlos Zerpa llenó de música, energía y color a Las Mercedes. Quiero dejar aquí registro de lo que este artista plástico -con más de veinte años rompiendo esquemas con su irreverente propuesta plástica- hizo al lado de Miguel Ángel Noya y un pequeño grupo de músicos-cómplices en la Galería de Arte Ascaso como clausura de su exposición.

Todo comenzó con un corto-metraje de Enrique Enríquez proyectado en una sala plena de gente y de obras recientes de Carlos Zerpa. Seguidamente, la presencia de este artista polifacético, no convencional invadió todo el espacio. No sólo era buen rock and roll; toda su creatividad y el deseo de expresarse colmó la sala.

Fotografía: Yubirí Suárez

Su garganta de lija comunica. Su postura contestataria e irrestricta en contra del régimen que vivimos los venezolanos merecía mayor apoyo de parte de un público de tibios aplausos y múltiples sonrisas. Quizás, la tarde del domingo, los asistentes pensaron más en vacilarse la propuesta de Zerpa y su música que en nuestro interminable conflicto político.

Sincretismo total. Música a todo dar. Sal contra los malos espíritus. Máscaras de El Santo, personaje inolvidable de la lucha libre. Banderitas de 7 estrellas –difíciles de conseguir hoy en Venezuela– Homenaje a Frank Zappa su ídolo de siempre; homenaje a Humboldt y Bonpland para quienes interpretó el canto de un pavo real. Lo más significativo fue su representación de Hitler (y la de toda la concurrencia porque repartió teipe negro para que nos hiciéramos el conocido bigotico). Incienso, fuego, crema de afeitar, la leche que escaseaba y volvió a aparecer. Arte sin límites, sin etiquetas, sin tapujos pero sobre todo sin miedo.

Fotografía:The Carlos Zerpa show

Alrededor su obra plástica, tan variada y estridente como sólo un artista intenso y comprometido puede ofrecer. Flores de colores chillones. Un Guernica con paleta de Van Gogh, su personal interpretación de estos dos grandes maestros. Y por supuesto miles de juguetes definiendo rostros, asomándose irónicos, conjurando recuerdos: carritos, súper héroes y metras. Cuchillos, chapas, botones, obsesiones recurrentes. Todo expresa, todo comunica. No puedo dejar de ver sus ensamblajes sin imaginarlo recorriendo las piñaterías de la plaza El Venezolano, los mercados de ciudad de México y el baúl de sus hijos y de los hijos de sus amigos.

Fotografía: Yubirí Suárez

Una vez más Caracas ciudad bendita, malquerida de mil rostros, se ríe de sus desgracias. Afuera caos y olvido; adentro, fuerza viva, expresión pura que emerge de la mente y se desborda en las manos de uno de nuestros artistas plásticos más singulares e irreverentes.

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