Mitchele Vidal | @imagenesurbanas

lunes, 12 de marzo de 2018

Mónica Bengoa y su “Tentativa de inventario exhaustivo, aunque siempre inconcluso”



Una vez pasado el umbral del asombro, es decir, una vez que tus ojos recorren el mosaico que cubre un muro enorme de la sala sur del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago, te preguntas cuánto tiempo le tomó a Mónica Bengoa completar semejante hazaña. Esta pregunta se hace recurrente en la medida en que transitas por todas las salas y ves parte  –solo parte– de la obra de esta artista chilena.

Luego te enteras que la interrogante que te hiciste iniciando el recorrido no es nada original. La artista reconoce que, constantemente, le preguntan por el tiempo invertido en cada obra; por las dimensiones de las mismas; por la cantidad de lápices y servilletas que usa como soporte... La curiosidad no es patrimonio exclusivo de los felinos y cuando no se sacia, mata, aunque sea metafóricamente. Y esta curiosidad es alimentada porque con la obra terminada, Bengoa exhibe los restos de los materiales empleados en ella. Así, junto al gran mural está la viruta de madera que dejaron atrás los lápices de colores; incluso el patrón donde fue trazado el dibujo inicial. Esta suerte de “confesión” que ofrece la artista coloca al espectador en plan voyeur y lo invita a indagar estimulando su curiosidad.


Entonces, cuando tienes a la artista frente a ti y la vez pequeña, incluso frágil ante la dimensión de su obra, se te ocurren muchas preguntas. Para eso es el arte, entre otras cosas; para mover y conmover. Para hacerse preguntas y detonar emociones. Y cuando es la artista quien te guía por su exposición pues hay que aprovechar la ocasión. En efecto las dudas llegan, recurrentes, sobre el cómo y el cuánto. La curiosidad en cifras es de los observadores. Los por qué los pone la artista.

Y es que la obra de Mónica Bengoa, Santiaguina nacida en 1969, te conecta, casi irremediablemente, con la duda. ¿Es real lo que estoy viendo? ¿Son estos los colores de una hoja? ¿Es esta página y sus letras onduladas un guiño de la imaginación? ¿El poder de las letras está solo en el contenido de las mismas o en la forma, tan particular, de presentarnos un texto? ¿Debo leerlo o debo verlo?

Si partimos por sus primeras obras –una serie de fotografías íntimas, cotidianas que la artista hizo de sí misma y de su geografía personal, la de su cuerpo, quiero decir– encontramos un afán de registro y de colección que pone a la fotografía en plan de insumo, no de fin. Y todo eso es antes de Internet. Antes de que todos cargáramos un celular/cámara en el bolsillo y el registro de lo que nos rodea no se hubiera convertido en obsesión.


Bengoa pone el énfasis en lo cotidiano. En todo aquello que por simple o repetitivo pasa desapercibido. Quizás el gran formato sea su forma de decir: aquí estoy, soy una fruta tejida, acaso un libro que va rodando de casa en casa y que no olvido cuando me cambio. Aquí estoy y soy letra, soy frase, pero no me comporto como tal, porque también digo, también expreso un sentir cuando no habito la hoja sino un gran lienzo de fieltro. Sigo siendo un texto y tengo mucho que contar. Aquí estoy y soy un ombligo. Un relieve de tu cuerpo, un algo único, aunque de tanto verme no me veas.


Bengoa se plantea un desafío en cada obra. Y a ese desafío se entrega con ahínco y paciencia. Porque, aunque sus obras sean de gran formato, no por ello son desprolijas ¡al contrario! Cada una muestra su empeño en el corte preciso; en el trazo certero que dará el resultado final esperado. No es baladí su búsqueda. Mucho menos fácil de alcanzar ese producto terminado donde los colores no se funden en un lienzo sino en nuestras retinas; adónde van a sumarse fucsias y rojos con blancos, en diferentes relieves para generar rosas pálidos. O en los murales donde las servilletas, lienzo mínimo, van formado ese todo que es mucho más que la suma de las partes, como en los mosaicos de vidrio de otras épocas.


Su inventario exhaustivo, aunque siempre inconcluso, va de la gran escala en el librero, en el cuarto infantil, en el jardín interior compuestos por centenas de servilletas cuadradas, a los tambores primorosamente bordados de frutas cortadas mostrando, sin pudor, toda la sensualidad de sus pulpas jugosas. O en la cartografía del cuerpo  de la artista y el de sus hijos.

Hay que estar atentos entonces a cuáles nuevos desafíos se enfrentará Mónica Bengoa en lo sucesivo. Dónde pondrá la lupa para continuar armando este inventario inconcluso y tremendamente interesante.

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