
Así que ya saben, otro imperdible para disfrutar sábado y domingo en la tarde. Al finalizar brindarán con licor de uva...
Eran seis chamos, entre 11 y 17 años. Creo. Mientras la gente caminaba apurada para alcanzar las escaleras mecánicas -¡Aleluya! éstas si funcionan- ellos corrían y sin frenar se precipitaban muro arriba. La meta era alcanzar la plaza del edificio que diseñara el arquitecto Jimmy Alcock. La altura que los separa de la plaza son tres metros de concreto con una verticalidad angulosa. Esa condición es, precisamente, la que les permite hacer allí Parkour o free running, como se conoce mundialmente a estas nuevas disciplinas deportivas orientadas a desplazarse con libertad, haciendo uso de la flexibilidad de cuerpo y mente.
No sabía Raymond Belle (ex-soldado vietnamita, y miembro del cuerpo de bomberos francés) que dos décadas después de la creación de este movimiento deportivo tendría en Caracas a Mijael, Pablo, Deiby, Brando, Gianpaul y Eguard como fieles defensores de su movimiento. Me acerqué a Mijael y le pregunté si podía tomarles algunas fotos para mi blog. Me dijo encogiendo los hombros –¿Y por qué no nos tomas un video?
Así que me instalé a verlos saltar, escalar el muro y hasta apurar unos saltos mortales que quedaron congelados en mi cámara, aunque no sé qué pasó con los videos…Vi pasar dos policías de Chacao por la avenida y les pregunté a los chamos si los botarían de allí y les impedirían seguir con sus juegos extremos. Un no rotundo seguido de: “este es un lugar público y estamos haciendo deporte” fue su respuesta segura. Me dijo que también lo hacen en algunas zonas del Parque del Este. Bajé sonriente las escaleras con seis nuevos nombres apuntados en mi libreta de anotaciones y varias maromas en la memoria de mi cámara.
Cuando en la estación Chacao se alzó una tsunami de gente que arrasó con los que ocupábamos el atestado vagón y algún desesperado empezó a tocar insistentemente la alarma de emergencia, yo no sabía qué pasaba. Estaba distraida pensando en que nuestro agobiado Metro, sin proponerselo, nos regaló un espacio donde drenar adrenalina. Al abrirse las puertas en Chacaíto vi a un hombre correr y saltar esquivando todo a su paso. Su mano empuñaba una cartera que no era la suya sino de quien llevaba rato tocando insistentemente la alarma. En El Metro de Caracas los chamos se divierten haciendo running. Los choros también.
Ciertamente, esa ausencia fue suplida durante un importante período por una excelente página web, que sin duda continuará. Pero, aunque puede ser un prejuicio de quien vivió el triunfo de las nuevas tecnologías de la información en edad madura, la materialidad de la publicación en papel produce sensaciones insustituibles sobre todo en la pesada atmósfera de estos años de plomo y mediocridad.
Hay que destacar cómo, sin estar dedicada específicamente al urbanismo, el tema de la ciudad atraviesa su contenido de punta a punta, tanto en los artículos que tratan explícitamente el tema como en aquellos referidos concretamente a obras arquitectónicas particulares, pero que, en los tiempos que corren, parecieran no poder evadir la referencia expresa al contradictorio contexto en que se insertan. Nos inclinamos a pensar que aquí se refleja un cambio importante en la profesión, donde va quedando atrás aquel arquitecto narcisista, para el que la obra de arquitectura estaba tan por encima de todo que podía permitirse (al menos así lo creía) hacer caso omiso de lo que la rodeaba, tal vez pensando que la simple inserción de un elemento virtuoso bastaba para activar la regeneración de un tejido esclerosado.
Desde ese punto de vista, la revista analiza tres proyectos interesantes: la plaza de Los Palos Grandes, el conjunto del Millennium Mall-Plaza Miranda y los proyectos hoteleros de la Zona Rental de la UCV: aunque en el caso venezolano seguimos viviendo en ciudades que, prácticamente sin excepción, han sido incapaces de definir hasta ahora su rumbo, los dos primeros proyectos se inscriben en un contexto de estrecha cooperación con las autoridades municipales, mientras que el último lo hace en una macromanzana de diez hectáreas regida por un Plan Maestro de desarrollo urbano. Son paliativos a la ausencia del proyecto de ciudad, pero sin duda ofrecen parámetros útiles para intervenciones de microcirugía urbana con impactos locales indiscutiblemente beneficiosos, tal como lo demuestran los dos proyectos ya ejecutados.
Sólo queda desear larga vida a esta audaz empresa, en la certeza de que irá elevando progresivamente su calidad para contribuir al debate. Un debate crucial y urgente, cuando nuestras ciudades están demandando profundos procesos de reordenamiento y reconstrucción.
Cuando vi saltar las olas sobre la balaustrada del malecón bañando el asfalto pensé: El Pacífico como que no lo es tanto. Tiene su car...