La capacidad de resilencia de Caracas quedó demostrada una vez más. Aquí cada semana se inauguran varias exposiciones, se bautizan libros, se inventan salas de teatro y encuentros de activistas urbanos. Afortunadamente, el arte toma calles y aceras. Todas las alcaldías hacen esfuerzos e invierten recursos económicos y mucho talento para crear actividades motivadoras del disfrute a cielo abierto. No es poca cosa, en una ciudad que carga sobre sus espaldas el acoso de la inseguridad.
Los caraqueños no nos rendimos.
Ayer, fue el casco histórico de Petare el escenario donde más de 40 propuestas de danza, teatro, música, gastronomía típica, pintura, escultura, performance y un largo etcétera, nos dejó con ganas de volver a Petare. El barrio más grande de Caracas.

Pero Petare, también tiene el casco histórico más auténtico de Caracas. El menos turístico en una ciudad que ya no lo es. Asombra emerger del Metro, buscar la avenida Francisco de Miranda y caminar una cuadra entre tarantines y olores para llegar a la plaza Sucre y arrodillarse ante la imponente fachada -gracias a Dios en restauración- de la Iglesia del Dulce nombre de Jesús.

Y ayer fue una fiesta. Una fiesta para celebrar el primer año de la reapertura del teatro César Rengifo, para celebrar la calle, la ciudad.
Así que nos reímos con Los hermanos naturales y su propuesta musical inteligente y divertida; comimos arroz con leche y golfiaos petareños servidos con cariño por quienes mantienen las recetas originales; aplaudimos mimos formados en la escuela de la Alcaldía de Sucre; acompañamos al Taller de bicicletas que llenó paredes con buenos deseos escritos en post its fosforescentes; admiramos una vez más a los voluntarios del Proyecto Esperanza, ese movimiento de consciencia y fotografía que nos acerca al horror de las madrs que han perdido sus hijos a manos de la violencia; vimos arte popular a través de ventanas y puertas de pa en par, admiramos la destreza del capoeira criollo y bailamos al son de la Séptima bohemia en plena plaza Sucre. Regresamos en un vagón casi vacío, con el corazón lleno de alegría por Caracas y su resilencia.
Todas las fotografías de este post son de mi querido profesor Odoardo Rodríguez