No recuerdo dónde leí esto, pero me vino a la
mente cuando empecé a escribir sobre las primeras veces… se refiere, por
supuesto, a no anclarse, a reinventarse tan frecuentemente como se pueda y bueno,
emigrar es una forma de reinventarse. Es un salto al vacío, un camino incierto;
empedrado de dudas pero guiado por esperanzas. Así que decidí escribir sobre
mis últimas primeras veces, porque sobre las primeras: mi primer beso, mi
primer y único matrimonio, mi primer carro, mi primer viaje, mi primer trabajo,
mi primer orgasmo hay un denso velo tejido por el tiempo y la distancia.
Debo confesar que a mí me gustan mucho las
primeras veces. Me gusta recomenzar, sorprenderme, retarme; soy como una especie
de Eva cada día. Y más ahora que he dejado todo lo conocido para insertarme en
esta lejura austral; en esta ciudad de mil caras, en este Santiago, no de León
sino de Chile. ¿Será casual haber venido
a una ciudad que se llama igual a la mía sin serlo? Recito entonces una especie
de trabalenguas urbano: de Santiago a Santiago. No me he ido Caracas, aquí
estoy. No veo El Ávila, sinuoso y verde, pero hay una gran montaña a mi
alrededor. Una silueta escarpada que –me dicen– cambia de color de acuerdo a
las estaciones. Por cierto, estoy viviendo por primera vez el otoño. Y me
maravillo del cambio de tonos, verdes
por ocres, no así del cambio de temperatura. Nunca me quejé del calor durante
el reciente verano, hubiera sido quejarme de mi propia condición caribe, de la
temperatura a la que está habituada mi piel, de mi termostato caraqueño.
Por primera vez llego a trabajar a una ciudad
donde no conozco a nadie. Y trabajando en ventas eso, “conocer” es determinante. Las
ventas están basadas en las relaciones: de la familia, del colegio, de la
universidad y de los anteriores trabajos. Así que llegué aquí sin saber cómo se
llamaban los arquitectos, los constructores, los inversionistas. Ahora no soy
Eva, soy Pedro de Valdivia y pregunto todo. ¿Quiénes son los Larraín, quiénes
los Undurraga? ¿Quiénes son los arquitectos contemporáneos? Así Google se ha
convertido en aliado y he dedicado horas a navegar esas aguas para ponerles
rostro a los constructores de esta ciudad, a los edificios emblemáticos, a las
calles y avenidas que la cruzan porque, para vender hay que patear calles,
subirse al Metro y montarse en Micro. Por primera vez uso también mi celular
para llamar un Uber. No hay en Caracas esta facilidad por una razón que ha
empujado a muchos a irse, también, por primera vez de su país; la inseguridad.
Así que aquí estoy, rodeada de primeras veces y
esperando me resulten tan gratas como inolvidables.
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