
lunes, 23 de febrero de 2009
CORONA

domingo, 8 de febrero de 2009
Ver, oír y contar
Fotografía tomada del grupo de Facebook "Ediciones generales grupo Santillana"
Fotografía tomada del Grupo de Facebook "Ediciones generales grupo Santillana"
La más gráfica y no menos cómica la hizo Federico Vegas. Según él la revelación le llegó apenas esa mañana, frente a un plato donde lo esperaba relajado un huevo frito. “La claridad de su perímetro perfectamente definido (no olvidemos que Federico es tan arquitecto como escritor); su absoluta finitud y su indiscutible condición de ser exactamente lo que es retrata sin lugar a dudas al cuento. Intacto en su forma, llano en sus personajes”.El “revoltillo” es, en cambio, la perfecta definición de la novela. Sus bordes irregulares dan cuenta de lo inasible de sus límites y su volumen caprichoso, de lo complejo de sus personajes. Pero oír estas definiciones de labios de Federico Vegas, quien tiene la virtud de contar -mientras lo leemos- como si nos lo estuviera contando al oído, es un lujo. Un lujo de voz y un tempo que son un bálsamo para nuestros oídos cansados del grito burdo y chato. En este punto no puedo dejar de recordar a nuestro recién desaparecido Eugenio Montejo; sólo una cosa era más placentera que leerlo: escucharlo leer sus poemas. Eso pasa con Federico Vegas, si leerlo es un placer sin miedo ni pudor, oírlo es un deleite.
Pero este autor que va desde libros sobre arquitectura: El Continente de Papel (1984); Venezuelan Vernacular (1985); Pueblos, Venezuela 1979-1984 (1986) y ,La Vega una casa colonial (1988), comenzó en los años noventa a publicar libros de cuentos: El borrador (1996); Amores y Castigos (1998) y Los traumatólogos de Kosovo (2002). Sus sensibles y bien fundamentados artículos de prensa y ensayos están recogidos en La ciudad sin lengua (2001) y La ciudad y el deseo (2007). En 2005 publica lo que hasta el momento ha sido su mayor éxito editorial, Falke. En 2006 publica Historia de una segunda vez y Miedo, pudor y deleite en 2007.
Mientras escuchaba a estos cuatro autores venezolanos con esa calidez que transmite el que se sabe entre amigos, me envolvió la ensoñación de ver a Federico en esas largas noches en vela que pasamos todos los que alguna vez estudiamos arquitectura. Es fácil imaginarlo hilando frases, rodando comas, descartando adjetivos en algún lugar escondido de su mente, mientras sus manos se movían creando espacios, dimensionando estructuras, dibujando ventanas que se abrirían años más tarde para darle luz a cada uno de sus cuentos y develarnos los secretos mejor guardados de sus personajes. Así es la vocación. Una fuerza telúrica que todo lo invade y que tarde o temprano se abre paso por inadvertidas rendijas.Federico Vegas es un narrador envolvente. Su prosa discurre sin prisas y nos conduce entre descripciones precisas y fluidos adjetivos hasta llevarnos a ese desenlace inesperado que tememos porque con él, inevitablemente, terminará el placer largamente prolongado.
Donde quiera que estén el abuelo que murió bajo una carpa; José Sigala, quien pintaba con una cámara fotográfica; Billo, el que le sigue cantando a Caracas muchos años después de haberse ido; Marcelino que se perdió en ese laberinto sin hilo de Ariadna de la memoria senil y Marco Aurelio, encantador y despreocupado –por citar sólo algunos de los entrañables personajes que Federico dibuja para nosotros en La carpa y otros cuentos– deben sentirse felices por el retrato que hiciera de ellos este caraqueño que cada domingo a las 10:00 a.m. sueña en la 97.7FM junto a William Niño con La Ciudad deseada.lunes, 2 de febrero de 2009
Los locos bajitos
Fotografía: http://i.pbase.com/g6/23/725823/2/73837441.3fBpMje4.jpgMi mamá siempre nos decía que Juanito era “lengua de trapo”. Apenas estrenábamos los ´70 cuando él regresaba del colegio corriendo, sudando a chorros y con el silabario bajo el brazo, porque el “bulto” se le había quedado debajo del pupitre. En aquella época el morral era una cosa que sólo usaban los que se iban de excursión.
Murmulencio, que quiere decir: murmullo que se oye en el silencio.
Lunor, luz de la luna.
Japisteza, cuando se siente tristeza y alegría a la vez.
Hace poco, cuando los mayores fueron consultados vía Internet sobre la palabra más bella de nuestro idioma, dieron como ganadora a “amor” en un arranque –creo– más de fondo que de forma ¡y buena falta que nos hace!
– ¿Qué estás haciendo hijo?
– Estoy pensando.
– Ah… ¿Y qué es pensar?
– Es cuando la cabeza te habla sola.
VIÑA DEL MAR
VIÑA DEL MAR
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