Mitchele Vidal | @imagenesurbanas

domingo, 8 de febrero de 2009

Ver, oír y contar

Fotografía tomada del grupo de Facebook "Ediciones generales grupo Santillana"
Caracas es tan generosa que cualquier jueves, mientras la tarde bulle se oye el croar de sapitos urbanos. Es literal. No exagero. Sucede en el Centro Cultural Chacao.

Fotografía tomada del Grupo de Facebook "Ediciones generales grupo Santillana"
Una vez más acudí a ese reciento inmerso en una de las zonas más congestionadas por el tráfico de nuestra ciudad y sí, es posible oír sapitos entre un silencio y otro de alguna tertulia, acaso de una película. El jueves 5 fue igual. Varias decenas de héroes urbanos –porque eso somos los que cruzamos de sur a norte y viceversa esta ciudad escindida– fuimos a oír anécdotas y experiencias literarias de la boca de un lector:Luís Yslas y tres escritores: Salvador Fleján, Rodrigo Blanco y Federico Vegas. Este último autor del libro La carpa y otros cuentos, de editorial Alfaguara. Así que de eso va esta reseña, que no cuento.

Las palabras iniciales las entonó Luís Yslas, y poco a poco se fueron entrelazando anécdotas, superponiendo recuerdos y evocando citas sobre el arte de narrar y las diferencias –sutiles o marcadas– entre el cuento y la novela. Este es un tema que le quita el sueño a más de un narrador. ¿Será el cuento el atajo más largo?
La más gráfica y no menos cómica la hizo Federico Vegas. Según él la revelación le llegó apenas esa mañana, frente a un plato donde lo esperaba relajado un huevo frito. “La claridad de su perímetro perfectamente definido (no olvidemos que Federico es tan arquitecto como escritor); su absoluta finitud y su indiscutible condición de ser exactamente lo que es retrata sin lugar a dudas al cuento. Intacto en su forma, llano en sus personajes”.
El “revoltillo” es, en cambio, la perfecta definición de la novela. Sus bordes irregulares dan cuenta de lo inasible de sus límites y su volumen caprichoso, de lo complejo de sus personajes. Pero oír estas definiciones de labios de Federico Vegas, quien tiene la virtud de contar -mientras lo leemos- como si nos lo estuviera contando al oído, es un lujo. Un lujo de voz y un tempo que son un bálsamo para nuestros oídos cansados del grito burdo y chato. En este punto no puedo dejar de recordar a nuestro recién desaparecido Eugenio Montejo; sólo una cosa era más placentera que leerlo: escucharlo leer sus poemas. Eso pasa con Federico Vegas, si leerlo es un placer sin miedo ni pudor, oírlo es un deleite. Pero este autor que va desde libros sobre arquitectura: El Continente de Papel (1984); Venezuelan Vernacular (1985); Pueblos, Venezuela 1979-1984 (1986) y ,La Vega una casa colonial (1988), comenzó en los años noventa a publicar libros de cuentos: El borrador (1996); Amores y Castigos (1998) y Los traumatólogos de Kosovo (2002). Sus sensibles y bien fundamentados artículos de prensa y ensayos están recogidos en La ciudad sin lengua (2001) y La ciudad y el deseo (2007). En 2005 publica lo que hasta el momento ha sido su mayor éxito editorial, Falke. En 2006 publica Historia de una segunda vez y Miedo, pudor y deleite en 2007.
Mientras escuchaba a estos cuatro autores venezolanos con esa calidez que transmite el que se sabe entre amigos, me envolvió la ensoñación de ver a Federico en esas largas noches en vela que pasamos todos los que alguna vez estudiamos arquitectura. Es fácil imaginarlo hilando frases, rodando comas, descartando adjetivos en algún lugar escondido de su mente, mientras sus manos se movían creando espacios, dimensionando estructuras, dibujando ventanas que se abrirían años más tarde para darle luz a cada uno de sus cuentos y develarnos los secretos mejor guardados de sus personajes. Así es la vocación. Una fuerza telúrica que todo lo invade y que tarde o temprano se abre paso por inadvertidas rendijas.

Federico Vegas es un narrador envolvente. Su prosa discurre sin prisas y nos conduce entre descripciones precisas y fluidos adjetivos hasta llevarnos a ese desenlace inesperado que tememos porque con él, inevitablemente, terminará el placer largamente prolongado.

Donde quiera que estén el abuelo que murió bajo una carpa; José Sigala, quien pintaba con una cámara fotográfica; Billo, el que le sigue cantando a Caracas muchos años después de haberse ido; Marcelino que se perdió en ese laberinto sin hilo de Ariadna de la memoria senil y Marco Aurelio, encantador y despreocupado –por citar sólo algunos de los entrañables personajes que Federico dibuja para nosotros en La carpa y otros cuentos– deben sentirse felices por el retrato que hiciera de ellos este caraqueño que cada domingo a las 10:00 a.m. sueña en la 97.7FM junto a William Niño con La Ciudad deseada.

3 comentarios:

  1. Ahora que leo esto lamento mucho más no haber ido, mi querida Mitch...

    un abrazo

    P.D. Agradezco sinceramente las invitaciones que me has hecho, Mitch. Simplemente como que nuestros tiempos no han estado muy sincronizados que digamos. TQ.

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  2. Anónimo13:04:00

    Y ese momento mágico no hubiese existido para muchos de nosotros que no estábamos ahí, si tú no nos hubieras asomado un pasaje de esa noche. Abrazos.

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  3. Anónimo15:05:00

    Mitchele, buenos días.......entré por un momento a las 7:30 ......y.....son la 11:oo y tuve que salir...me duele el coxis y el cuello....pero gratamente informado....gracias por tu labor.

    Montalvo Visconti

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