“Zambrano, Santana, La zurda de Arango y esa quién será, dime a dónde va, qué es lo que quiere
esto es dando y dando
una bala pal que tiene y pal que está pelando
un abrazo pa mis panas, pal que sea, que me voy pirando
y cuidado con lo que están hablando…
Si no se han ido los bandidos, sólo cambian de apellido…”
Nacho Suárez
El nombre y la portada, aunque no supiera nada más me hubieran empujado a comprar este disco. Pero resulta que además conozco al que lleva la voz cantante, a uno de los que hizo posible este guaguancó con palmas, esta salsita con jaleo; y lo conozco de boca de mi mejor referente: mi hija. Nacho llegó a la vida de Alejandra, que es la mía, de la mano de una tía heredada en un divorcio.
Porque es justo decirlo, en los divorcios no sólo se reparten lágrimas, también afectos de esos que no creen en abogados. Pero estoy aquí para hablar del disco y no de mis amores, aunque la música tenga casi siempre demasiado que ver con la vida y sus afectos. Aquí voy.
Esta ola frenética en la que estamos desde hace 10, 14 o 23 años –ya no me acuerdo cuando fue la última vez que hubo calma– ha estado mecida por hermosos Gurrufíos ensamblados, cuartetos de postín y una cofradía de cantautores que han dado buenos frutos de música urbana. Caracas siempre ha tenido quien le cante a falta de quien la limpie y la ordene. Así que ahora, que estamos como estamos también tenemos nuevos bríos musicales, movidas acústicas y voces auténticas. En este caso, el envoltorio es un auténtico compendio de realidades muy bien entendidas en lenguaje gráfico y a todo color. Puro Ávila, semáforos de adorno y Guaire.

De todo eso va este disco. Entre paréntesis, no encontrarás aquí una crítica especializada, no tengo formación ni intención de hacerla, sólo me acerco a este tema por instinto y agradecimiento a un grupo que ha hecho del sincretismo una verdad, de nuestra ciudad una musa y de nuestros ritmos una certeza. Destaco la pureza de una voz sin Postizos, más heavy todavía: una voz sin complejos. Una musicalidad que mueve piernas mientras golpea el cajón y las congas. Las letras son tan nuestras como las palabras que viajan en el Metro; en un juego en el estadio o en una rumbita de esas donde cualquiera es percusionista de vaso y anillo. Amanecer de guitarras y palmas acopladas a las congas. Jaleos y la Mercedes universal del Tío Simón. Bossa alegría de Amazonas y Cuyagua.
Nuestra esencia es la mezcla: arepa de chorizo y maíz con aceitunas y alcaparras. Pobres de aquellos que no lo han entendido y creen que la “venezolanidad” sólo se viste de arpa, cuatro y maracas. Para los otros, para los que vivimos en esta ciudad de todos está hecha la música que disfrutan y nos regalan los Amos del Valle.
Va pues mi aplauso caraqueño a Nacho Suárez, Juan Ernesto Velásquez, Army Zerpa, La Cheewe, Emigdio Suárez y a la tía Gaby. En los coros mi Evaluna, alegría y amor de sobrina musical.