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Justo antes de comenzar a escribir este texto caí en la tentación de escribir la palabra “Ventana” en ese gigante que casi todo lo sabe –y si no lo sabe lo inventa– llamado Google. En apenas 0,29 segundos, es decir, en fracciones ínfimas de tiempo de espera surgieron 17.100 entradas referidas a las protagonistas de esta nota. Yo sólo debo escribir sobre 28. El cerco se cierra sobre la temida hoja en blanco.
Son 28 ventanas y pertenecen a iglesias ubicadas en Italia, Francia y España. Son 28 y fueron vistas por el lente intimista y paciente de Mariam Krasner quien, animada por esa fuerza atrayente de la fotografía, las congeló para traernos a esta sala de exposiciones la atmósfera circundante de cada templo en 28 clicks. Es muy arduo elegir una, acaso dos para explayarse en la sensación de paz y regocijo que nos transmite cada una de ellas.
Pero recordando la inauguración de la muestra en la sala de exposiciones Arturo Uslar Pietri del CELARG rescato de mi memoria olfativa las dulces notas ambarinas del incienso oculto tras bastidores y evoco la cadencia monofónica del canto gregoriano que –inevitablemente– me transporta al cobijo de algún templo medieval allende el Atlántico.
Son 28 y cada una de ellas ha sido testigo mudo de innumerables actos de fe, de súplica, de esperanza, de compromiso introspectivo e íntimo suscitado al cobijo de una luz tamizada por vidrios coloreados, enmarcada en hierro fundido durante incontables horas de trabajo artesanal y fecundo.
He oído o se me antoja –e irresponsablemente lo sostengo– que las ventanas son los ojos de los edificios. No en vano los arquitectos tenemos por insana costumbre llamar ciegas a las fachadas que carecen de ellas. Esas formas, caprichosas a veces, necesarias casi siempre, reveladoras de estilos y épocas permanentemente, llevan luz al interior y develan los secretos más íntimos de una edificación.
Las ventanas que retrata Mariam nos hablan de alegría y esperanza, de fe a toda prueba. Porque son los ojos de iglesias milenarias que han visto pasar guerras, saqueos, hambruna y muerte pero siguen estando allí para dar consuelo a quien lo necesite. Pertenecen a iglesias de puertas y ventanas abiertas a todo aquel que precise cobijo, acaso un poco de silencio ante el ruido circundante.
Mariam nos habla a través de ellas en un lenguaje íntimo y universal. Con cada atisbo ofrece varias miradas. Son capas, velos, mantos. La bruma cubre una reja, enmarca un cristal, mediante el cual se descifra una parte de la fachada, al di lá, el cielo… Más allá otra visión recorta la cruz de mil Padrenuestros sobre el colorido vitral del mayor de los altares. Un juego de imágenes devela lo que hay detrás de esa hoja de vidrio abierta, recorta la herrería ennegrecida por el tiempo, enmarca una obra maestra que yace allí quién sabe desde cuándo.
No es una mirada sino cientos de ellas las que se desprenden de estas imágenes litúrgicas y nos guían en puntillas, con el índice cruzando los labios para descubrir, con nuestros propios ojos, lo que vieron los suyos.
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