Mitchele Vidal | @imagenesurbanas

domingo, 26 de agosto de 2012

Tristeza

Fotografía de las cercanías de la refinería petrolera de Amuay, estado Falcón

Casi siempre actualizo mi blog en domingo. Tenía varios temas para hoy: el mural de Mateo Manaure que colorea -pálidamente- un sector de la avenida Libertador; mi reciente visita al Parque Topotepuy -otro imperdible caraqueño-; la próxima edición del festival Por el medio de la calle... Pero no puedo escribir sobre arte, sobre recreación, sobre cultura urbana en una mañana como esta. Nuestras redes sociales y toda la prensa están colmadas de tristes fotografías y reseñas luctuosas por la tragedia que embarga a nuestro país y su deterioro galopante por los cuatro costados.

Las lluvias han hecho estragos. Nada nuevo. Vivimos en pleno trópico y así, como el sol nos consiente y nos entibia el alma, el cielo se vuelca con fuerza no sólo reverdeciendo todo, también desbordando ríos y quebradas, pero eso es normal, es previsible, en estas latitudes lo que es imperdonable es que el gobierno -ahíto de recursos y manirroto para regalarlos a países "amigos"- no se ocupe de nuestra infraestructura. Nuestras carreteras dan pena. Un país petrolero con miles de kilómeros de asfalto llenos de huecos; puentes que datan de 30 o 40 años, sin ningún mantenimiento. Muerte en cárceles hacinadas donde los presos tienen más armas que los cuerpos de seguridad del Estado. Cientos de personas que viven en "refugios" desde las lluvias pasadas y antepasadas siguen esperando la lotería de la misión vivienda. Misma que ha sembrado pobres edificios sin concierto urbano, sin servicios, sin cuidado en su implantación y los responsables de estas desgracias siguen echándole la culpa a los gobiernos anteriores como si ellos, que ya tienen largos 14 años en el ejercicio del poder no fueran ya el gobierno anterior.

El mural de la Libertador, la flora de Topotepuy y el festival de Cultura ciudadana más visitado del país tendrán que esperar a ver si la tristeza que me embarga no es tan densa como el humo que cubre uno de nuestros estados más hermosos y me permite, en unos días, volver a hablar de las bellezas de Caracas.

sábado, 11 de agosto de 2012

Silencio

¿Y tú qué le regalarías a Caracas?

Le regalaría silencio. Para empezar, le regalaría cornetas inteligentes; ¿por qué no hay si tenemos teléfonos y hasta edificios inteligentes? Entonces, inventaría cornetas que suenen sólo si se atraviesa un adolescente sumergido en su IPod o cuando un motorizado esté a punto de atropellar a una abuelita. Mis cornetas además de activarse exclusivamente en estos casos, suenan como los grillos que pueblan nuestros montes o el canto de “los caraqueños de pico y pluma”.

Nuestras cornetas están sincronizadas con el semáforo. Retumban apenas este cambia de rojo a verde. Creo que cada vez que un caraqueño compra un carro o peor aún, una camioneta, en lo primero que se fija es en cómo suena la corneta. Me lo imagino pidiendo estridencias 4x4 y escándalos de 212 caballos de fuerza. Claro, el sumun para ellos sería la corneta "touch"; no hay que apretarla con furia desgarrada ni tener ganas de matar al que va adelante, solo sobarla como al IPad y ¡Oh milagro! la bulla estaría garantizada.

Pero después de las cornetas inteligentes, le obsequiaría postes que nos den luz, no la cartelera teatral ni el calendario de conciertos. Porque cuando cae el telón nos dejan en las calles un reguero escandaloso.

Le regalaría un silencio de aceras sin el ¡pum! de caerse en una alcantarilla rota. Haría un gran silencio de fachadas sin rejas bullangueras. Un continuo silente de brocales parejos -sin amarillo estridente, por favor- Y el ansiado mutis de calles sin basura. Le daría el vacío de una plaza, de un parque en cada barrio y en todas las urbanizaciones, donde el único ruido sea el rebote de pelotas, el palazo de un jonrón y las hojas de muchos libros agitadas por el viento.

Le regalaría el agradecimiento de recibir la lluvia y el sol en balcones sin cerramientos, en calles sin casetas de vigilancia, en autopistas sin vallas chillonas. En radio y TV sin abusadoras cadenas.

Caracas necesita silencio. Silencio para oír el verde, para ver la brisa, para agradecer este termómetro bendito.

domingo, 5 de agosto de 2012

La alegría del color

La obra de Patricia Van Dalen produce alegría. Me siento muy identificada con el uso del color de esta artista visual, nacida en Maracaibo y de ascendencia holandesa. Cuando me encuentro con su obra -el mural de la autopista Prados del Este; el del barrio Pajaritos en Chacao; o una obra de mediano formato en una galería de arte- la sonrisa fluye. Sin duda el color a raudales, uno de los signos distintivos del trabajo de Patricia, es un detonante de la alegría.

Ella lo confirma. Con ese acento tan caraqueño en boca de una mujer alta, muy blanca, de rasgos sutiles y mirada verde enmarcados en cabello rojizo. Patricia es fiel representante del crisol de culturas y sensibilidades que cobija este valle lleno de colores tropicales.

"Yo quiero que mi obra brinde alegría, alegría por el color, alegría por el arte, porque la alegría es parte fundamental de la vida, como decía Don Bosco". ¡Y vaya que lo logra! Sus obras son un descubrir de fuertes tonalidades -nunca el fucsia lo fue tanto- y de diversos materiales porque es una incansable investigadora. Sus colores no se ciñen a ningún formato; trepan paredes, penden de invisibles hilos de nylon, tiñen cerámicas, en fin color y calor en movimiento. No podía ser de otra forma para quien vivió su infancia entre los contrastes intensos del calor marabino y la infinita paleta de tulipanes al borde de un lago flamenco. Los denominadores comunes de esta fusión son la luz y el color.

La exposición de la que hablamos toma dos espacios de Caracas, allí esplende esta propuesta con guiños a algunos de nuestros maestros del arte cinético. Matiza el conjunto su experimentación en la escala de grises con un pellizco de color.

Así que te recomiendo transitar la autopista de Prados del Este y justo antes de legar al centro comercial Galerías de Prados, fija tu mirada en una venta de lanchas. Allí está GBGARTS, escondida entre quillas y motores. Un espléndio espacio para los amantes del arte. Hasta finales de septiembre sus blancas paredes estarán vestidas de Van Dalen. El jueves 9, en La Caja, Centro Cultural Chacao, se develará la otra cara de esta muestra compartida. Color por partida doble. Paticia Van Dalen junto al escultor Abigail Valera en la gaería GBGARTS
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Si entras aquí podrás leer acerca de otra de las muestras de Patricia Van Dalen en Caracas.

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