
Cuando Rosa se subió al funicular iba con su marido. No sé si su nombre es Rosa, ni si él era su marido aunque lo parecía. Él desenvuelto, hablador. Apenas se montó en la estación
Parque Central se espepitó a decirnos que a Rosa le daba miedo, ¡pánico! ese aparato. Era obvio. Desde que el carrito empezó a subir ella se tapó los ojos con las manos y a-penas asomaba su risa nerviosa. Rosa sólo atinó a decir que sí, que le daba pavor, pero que prefería unos minutos de miedo que subir a pie -como antes- ese montón de escalones.

En cambio a los niños les encanta. En la estación
Hornos de Cal se subieron dos, como de 8 años. Pura risa. Mientras Rosa se bajaba aliviada -porque al fin se terminaba su sacrificio- los dos chamos gozaban un puyero viendo los árboles desde arriba o reconociendo los techos donde se encaraman a volar papagayos y a perseguir pelotas. Un parque de diversiones gratis porque aún no han empezado a cobrar pasaje. Nos cruzamos con dos usuarios más tranquilos, ya el Metrocable forma parte de su día a día.

Esta crónica va de cómo aproveché uno de los días de Semana Santa -esos donde la mayoría de la gente huye despavorida de Caracas- para estrenar el Metrocable. Invité a varios amigos pero sólo se animó mi colega Carlos Sierra. Partimos de día, con mucha luz, calina en los ojos y cámara en mano a registrar la experiencia inédita de ver a Caracas desde lo más alto del cerro de San Agustín del Sur. Abajo quedó el eco agorero y temeroso.

Arrancamos en la estación
Parque Central y desde el principio impacta la visión en picado de ese pedazo de ciudad denso, descuidado, caótico. En apenas minutos nos vamos alejando de la ciudad "formal" la de calles asfaltadas y edificios altos para adentrarnos en la ciudad "informal" donde las paredes frisadas limitan con el ladrillo desnudo; la terca vegetación se abre paso entre los techos de zinc anclados con piedras y salpicados con antenas de Direct TV. Donde las callecitas se adaptan sinuosas al azar de la topografía y la arquitectura. El catálogo de puertas, ventanas y rejas parece infinito.

Las
5 estaciones son abiertas, por supuesto. Ventiladas e iluminadas naturalmente pero sólo es posible ver la ciudad y el barrio próximo a través de las rendijas que dejan los protectores solares y de seguridad. Sus reducidas dimensiones hablan por sí mismas de los bajos volúmenes de público para los que fueron construidas. La primera pregunta es: ¿por qué aquí? Este no es ¡ni de lejos! el barrio más grande de Caracas. La respuesta es obvia: es el más visible desde "el centro" de nuestra ciudad. Pero ya hay otros proyectos, el Metrocable subirá a otros barrios más grandes.

Estructuras verticales y techumbre lucen, a simple vista, sobre dimensionadas. No conozco las razones técnicas, funcionales, ni estéticas de viva voz del arquitecto Carlos Silva, tampoco encontré información en Internet que aclare esta duda formal. Sólo un artículo abunda en cifras que hablan de
costos muy superiores a los del proyecto inspirador, el
Metrocable de Medellín. Pero el objetivo de transportar con rapidez y eficiencia a los habitantes de este barrio se cumple. Las estaciones son muy agradables; los materiales correctos; la señalización eficiente y el personal está entrenado para orientar a los usuarios novatos.

Claro, las protagonistas son las cabinas de aluminio rojinegro, súper transparentes; desde allí la vista se pierde en 360°. Y para añadirles identidad alternan los nombres de los estados venezolanos con los de valores éticos y morales. Es así como se encuentran Guárico y Hermandad con Mérida e Inclusión.

Sin embargo, este despliegue de recursos económicos y tecnológico acentúa el deterioro, el abandono de todo el barrio al que sirve. La precariedad de las condiciones sociales, la ausencia de servicios, el abandono estatal a esta realidad enorme de cientos de miles de habitantes de este barrio que es -apenas- la punta del iceberg de todos los barrios marginales de Caracas golpea contundente.

Las estaciones dan la impresión de posarse, como naves extraterrestres, sobre tierra arrasada.
No ha habido -y subrayo este tiempo verbal con la esperanza de que aún puede haberlo- cuidado alguno en tejer los bordes de este sistema con la realidad circundante. En obrar con cuidado en las inserciones, en poner las bisagras ausentes.

Los habitantes se suben en la estación, ubicada en la avenida Lecuna y se van bajando, según sea el caso en las 4 estaciones que los llevan hacia su misma calle de tierra; a esos grandes tobos donde los espera el agua quieta, empozada; a la luz eléctrica robada en esa maraña que no pocas veces ha calcinado vidas.

Eso sí, allí está una escuela de
Fe y Alegría que subió mucho antes que el Metrocable a llevar educación y esperanza a miles de niños necesitados de ella.

Ahora también junto a los ranchos se yerguen varios edificios construidos por el Estado para las familias que fueron desalojadas al ejecutar las obras. Rosa vive allí, eso alcanzó a decirnos antes de bajarse. -"Él me mandó para allá". Nos quedamos con la duda si "él" es el Metrocable.
Duele ver como los escombros se avecinan con las viviendas nuevas y las de siempre. Algunos son sólo una mole de piedra y concreto, otros son espacios abandonados, paredes sin techo ni vida. Pero el sobre vuelo es estimulante. ¡Nos dice cuánto queda por hacer!

Hay fachadas primorosamente pintadas destacando sobre el uniforme rojo ladrillo. Hablan de la voluntad férrea que tienen algunos por salir adelante. Seguramente detrás de esa casita rosada, o de aquella blanca con bordes negros hay varios niños haciendo tarea mientras su mamá cocina. Más tarde ella bajará en un funicular llamado HONESTIDAD a entregar unas tortas de chocolate, luego subirá con una bolsa de comida.

Lo más caro, lo más fácil y lo más rápido -porque es producto de ingeniería y tecnología- ya está hecho. Lo más difícil, lo más lento, lo que es tarea de sociólogos, educadores, emprendedores y diseñadores urbanos está por hacer. Las bibliotecas, los centros deportivos, las escuelas de música, de danza, las terrazas están esperando para ser sembradas ahí. Esas serán las mejores armas contra la delincuencia.

Fotografías: Arq. CARLOS SIERRA