
Fotografía y texto: Érika Ordosgoitti
A pesar de la crisis política, social y económica en la que estamos inmersos desde hace demasiado tiempo -o precisamente por eso- ha crecido una imparable ola de diseño lúdico e inteligente que se desborda en mercados llenos de objetos utilitarios y artísticos, que no cree en camisas de fuerza ni corsés asfixiantes. Y esa ola creativa inundó a los cocineros. No podía ser de otra manera. Que la torta negra, las trufas y las polvorosas encontraran envases primorosos, era sólo cuestión de tiempo. Que el tradicional dulce de lechosa se convirtiera en delicada serpentina era inevitable. Que el mejor cacao del mundo se perfumara con cilantro y tocineta era absolutamente necesario.
Así que quiso el azar –o las festividades navideñas– que coincidieran en nuestra ciudad el mismo día, dos mercados dedicados al sublime placer de comer delicioso y a la vez adquirir todas esas delicateses preparadas con esmero para ofrecer a los que más queremos. Porque cocinar es un acto de amor y regalar galletas perfumadas de clavo y canela; quesos de cabra y especias o trufas de mandarina es regalar amor.
Cómeme, Mercado del gusto. Una iniciativa de Paola Bertorelli y Lorna Hevia que tuvo desde sus inicios el apoyo del reconocido chef Carlos García (Restaurant Alto, Los Palos Grandes).
Sobre la grama de la misma casa amable de Pasapalos de frutos del mar, caviar de berenjenas, quiches y empanaditas chilenas, todo regado con jugo de parchita espirituosa y helada. Los ponqués decorados por Dushidesign merecen mención especial; tal es la hermosura multicolor en que convierten un sencillo ponqué. O las trufas de chocolate y parchita de Karina Pugh ¡Ni hablar de los picantes! Auténtico trabajo de antropología culinaria realizado para difundir nuestras recetas ancestrales. Ayer fue un día donde la conversación entre amigos se hizo al calor no de una, sino de varias mesas dispuestas para ello.
Delicarte. En uno de los Galpones de Los Chorros se congregó una buena cantidad de creativos de los sabores para ofrecer té, ensaladas, vinagretas, mascarponi de colores alucinantes; galletas de avena chispeadas de canela, y de mantequilla con lunares de chocolate; suaves y aromáticos quesos de cabra; bocconcini en aceite de oliva, albahaca y tomate seco, ¡Ummm!! Terrines de pavo, jamón cocido, cremitas de aceituna y berenjena sobre mini tortas de casabe y los infaltables tequeños… Para acompañar, vinos de la casa Pomar, agua de burbujas chispeantes y cerveza helada.
¡Lo dije y lo sostengo en Caracas se come muy rico! En Imágenes urbanas esperamos que esta sea apenas la primera de muchas convocatorias para disfrutar de nuestros sabores.
I ACTO
AMANECE
Unos hilos rojos se dibujan sobre el nítido perfil de la montaña, que parece desprenderse después de haber sido dibujada. Su imagen imponente domina el valle que se abre a sus pies, rindiéndole un culto eterno. La luz se abre paso entre la mole vegetal para enamorar el cemento que parece surgido de sus propias entrañas, apoderándose de todo el espacio. Mientras, a través de sus diminutas ventanas multiplicadas por cientos, por miles, por millones, se resquebrajan los sueños aterrados, ante el retumbar del despertador en las paredes. De entre las sombras y el corset de cabillas despierta la vida. Como un rumor que se cuela a través de las alcantarillas que a esa hora huelen por igual a miseria y a café recién colado.
II ACTO
Retumba el sonido sobre el pavimento. Los pies ya no dan para más. Se inicia una carrera sin cuenta regresiva por el Metro, el carro, el autobús, el rojo del semáforo y el reloj que avanza sin compasión, ha dejado las sombras abandonadas en cualquier rincón. Se cierran unas puertas, se abren otras. Como un péndulo se suspende la vida en un suspiro en el que se entremezclan los sueños y deseos agolpados. Se tropiezan y se desconocen. La lucha entre el deber y la poesía de la vida se debate en las esquinas. Y aunque todos desean soñar no pueden percibir el deseo del otro. A pesar de la carrera por la orilla de la acera normalmente fracturada, empieza a sucumbir ante el gris del smog cualquier frase que se haya acuñado al abrir los ojos.
III ACTO
EL MEDIODIA
Como una lanza sus destellos desilachados se perpetuan en el norte y en el sur, en el este y el oeste. Juega a ser verano para beberse las sombras impertinentes de los edificios sobre el pavimento de las calles. Serán las doce cuando preñe los colores de luz, con el firme deseo de destronar el gris de las ciudades tristes y ella se entrega toda, para desnudarse nuevamente a pesar de los graffitis y las rejas que atrapan su espirítu impertinente. No se acepta abandonada por los hombres que la han pretendido, por eso esta ciudad se rebela en sus mosaicos rotos, circundada por los cinturones de miseria que la ahogan. Coquetea a ratos sin saber de donde viene ese sol que se empeña en distinguirla, a pesar de que a veces la ignoramos.
IV ACTO
Cuando la melancolía se apodera de las luces que luchan por distinguirse en la hora nona, el corneteo y la basura hacen sus estragos. Hay quienes pensamos en lo bueno que sería llevar una cafetera en el carro para matizar el gesto detenido en los sinsabores de la autopista. Las páginas que repiten cada día lo mismo desde hace tantos años, se quedan atrapadas en los kioskos , nos hemos vuelto impenitentes. Y haciendo el recuento del día transcurrido no encontramos nada nuevo, habiendo tanto en nosotros mismos. Los hijos de la ciudad se han uniformado, mientras vemos como un motorizado se escapa con la cartera del vecino y los cedros y las acacias luchan por sobrevivir.
Finalmente, se quedó suspendido en el aire el deseo de prolongarse más allá de las horas y la noche lanza despiadadamente el negro de su traje sobre calles y avenidas. Esta ciudad en que las luces estallan como que si fueran cocuyos a punto de alzarse es capaz de conquistarte en medio de sus guiños. ¿Cuántas historias se escriben detrás de las ventanas?¿Cuantas palabras se han quedado atrapadas en las alcantarillas o victimas de los huecos de las calles? Las sirenas se han vuelto un lamento impenitente que escribe la historia de los fines de semana. Pero la montaña vuelve a ser esa sombra majestuosa que todo lo puede enamorada, enamorados todos de la luna.
Cuando vi saltar las olas sobre la balaustrada del malecón bañando el asfalto pensé: El Pacífico como que no lo es tanto. Tiene su car...